Page 113 - Extraña simiente
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Rachel empezó a llorar nada más oír la puerta de tela metálica cerrarse de
un portazo y saber que Paul no la podría oír.
—Dios mío —susurró Rachel—, ¡no!, ¡no!
* * *
—Un sólo viaje —explicó Paul—. No vamos a volver.
Habían adquirido muy pocas cosas en su corta estancia en la casa. Si se
hubieran quedado un año más, reflexionó Rachel, mientras trasladaba ropa del
cajón de la cómoda a la vieja maleta, ahora tendrían cajas y cajas de objetos
diversos: libros, chucherías, juegos, plantas, y todas esas cosas que uno
acumula cuando vive en un sitio o se hace un hogar. Pero como ella no había
salido desde que el niño había llegado a la casa, y los viajes que Paul había
hecho a la ciudad eran sólo para llenar la despensa, marcharse de la casa
suponía en realidad volver a empaquetar las mismas cosas que habían traído
cuatro meses antes.
Paul había adquirido unas cuantas cosas: un rifle, tres cajas de
municiones, y unas cuantas novelas de bolsillo que se sumaban a las cajas de
libros que habían traído consigo. Al no tener ni radio ni televisión, Paul había
sugerido que, cuando llegara el invierno, podían dedicar parte de su tiempo
libre a leer en voz alta para el otro. Era una idea romántica y a Rachel le había
entusiasmado.
Cerró la maleta con llave, y se quedó pensativa unos momentos con los
brazos apoyados en ella. Los que dicen que un enemigo común une a la gente
están equivocados, pensó Rachel. A ella y a Paul, no les había unido en
absoluto, al contrario, les había proyectado en mundos totalmente distintos,
privados, confusos y defensivos. Sí, esa era la palabra correcta, confusos. Si
tenían un enemigo, no estaban seguros de quién podía ser, ni siquiera de si
podían luchar contra él. Quizá lo que compartían no fuera un enemigo sino la
incertidumbre, la confusión. Si esto era así, el zanjar el problema de esta
manera, huyendo, podía volver a unirlos. A lo mejor ésta era la razón por la
que Paul decidiera marcharse aunque era posible que ni siquiera fuera
consciente de ello. Se quedó reflexionando sobre esto; Rachel llegó a la
conclusión de que esta mentira le aliviaba. Podía agarrarse a ella si fuera
necesario.
Dejó la maleta en el suelo y cogió una de esas bolsas especiales para
llevar trajes que todavía olía a nuevo. Rachel recordó que Paul la había
comprado especialmente para mudarse a esta casa.
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