Page 115 - Extraña simiente
P. 115

—Higgins, minino, ven aquí…

                    Rachel se quedó esperando. Silencio.
                    Empezó a caminar sobre la hierba y se detuvo en seguida.
                    —Higgins, ven aquí, ¿quieres comer?
                    El  gato  había  aprendido  el  sentido  de  esta  frase  y  siempre  acudía

               corriendo al oírla.
                    —¡Higgins!
                    Rachel siguió descendiendo el terraplén, escudriñando los arbustos.
                    —¡Ahí estás! —le dijo al gato sonriendo, como si hubiera sido un juego.

                    El gato estaba agazapado en la sombra que formaba un cerezo silvestre;
               era obvio que había pasado la noche allí.
                    Rachel se dio una palmada en el muslo y le dijo cariñosamente:
                    —¡Venga! ¿Quieres comer?

                    El gato volvió la cabeza y guiñó los ojos perezosamente. Rachel dio un
               suspiro, cruzó el trecho que les separaba y lo cogió en brazos.
                    —¿Qué has encontrado, un par de ratones?
                    Rachel le acarició. El gato ronroneo mimoso.

                    —Te llevamos a un nuevo hogar, Higgins. ¿Crees que te gustará?
                    Rachel inició el camino de regreso a través del terraplén. Se detuvo en
               seco. Detectó algo de movimiento cerca del coche furgoneta con el rabillo del
               ojo.

                    —¿Paul?  —Llamó  Rachel,  pensando  que  Paul  estaría  guardando  la
               alfombra.
                    —¿Sí? —contestó él desde el interior de la casa.
                    Rachel volvió la cabeza bruscamente hacia la izquierda y de nuevo hacia

               el  coche.  No  podía  distinguir  más  que  el  techo  y  la  mitad  superior  de  las
               ventanas del vehículo debido a la pendiente del terraplén y a las altas hierbas.
                    Una nube de polvo se elevó detrás del coche, seguida casi inmediatamente
               por  golpe  sordo.  Rachel  miró,  confundida.  De  nuevo  se  vio  otra  nube  de

               polvo y se oyó otro golpe sordo. Después se oyeron varios sonidos metálicos
               y de cristal.
                    —¡Paul!  —gritó  Rachel.  Con  el  gato  en  los  brazos,  subió  corriendo  la
               pendiente.

                    Rachel se detuvo a unos tres metros del coche, jadeando, oyó a Paul que
               salió al porche, bajó de un salto las escaleras y cruzó el césped.
                    —¡Rachel! —gritaba mientras corría—. ¿Qué ocurre? —Se paró a su lado
               —. ¡Dios mío! —silbó entre dientes.







                                                      Página 115
   110   111   112   113   114   115   116   117   118   119   120