Page 119 - Extraña simiente
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el coche se desviara hacia el arcén arenoso de la izquierda o hacia el valle
poblado de árboles de la derecha, en el caso muy improbable de que se
cruzaran con otro coche en ese incómodo tramo de carretera.
—Paul, no me vas a decir que piensas en serio que Lumas podría haber
hecho los destrozos de la casa… ¿o sí?
Ya habían pasado la curva y tenían el trecho de medio kilómetro por
delante; Paul aceleró a ciento cincuenta kilómetros por hora.
—Realmente no pienso que importe mucho, Rachel. Lo que está hecho,
hecho está, Lumas ha muerto…
—Sí.
—…Y forma parte del pasado. Como tú dijiste antes, ya está, no miremos
hacia atrás. Esas fueron tus palabras.
—Ya lo sé, pero… esto es algo que no vamos a poder olvidar en mucho
tiempo.
—Lo que significa que es mejor no hablar sobre ello ahora, ¿no te parece?
—¿Quieres que me calle?
—No…, es esta maldita carretera… nada más.
—No recuerdo haber subido por aquí cuando vinimos la primera vez,
Paul.
—Pues sí, por aquí subimos.
Paul soltó el acelerador, la rueda derecha se hundió en un bache y Rachel
salió despedida a chocar contra la portezuela. El gato salió volando de su
regazo y aterrizó en la parte trasera del coche, la cola toda erizada.
—¡Dios! —masculló Paul, mientras tanteaba suavemente el acelerador
con el pie.
Paul sintió que las ruedas traseras patinaban un instante, que engancharon
algo de gravilla seca y el coche dio una sacudida hacia adelante. Un segundo
más tarde, la rueda derecha trasera se hundió, a su vez, en el bache, y Rachel
golpeó con su cuerpo, de nuevo, la portezuela. Rachel buscó su cinturón de
seguridad y, mientras se lo ponía, le dijo a Paul:
—No es culpa tuya, lo sé.
—Esta carretera está cada vez peor —dijo Paul.
—Claro, todo el verano lloviendo…
—Ya…
—Sabes, Paul, cuanto más lo pienso, más convencida estoy de que fue un
reto.
—¿Qué?
Hubo una confusión momentánea.
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