Page 122 - Extraña simiente
P. 122
—¡Qué bella es, Paul!
Era la palabra exacta; Rachel se dio cuenta de que si estuviera viva, como
ocurrió con el niño, «bella» no sería la palabra exacta. Pero ahora que la
muerte se había apoderado de los rasgos de la niña, la palabra ya no era
inexacta, ya no era limitada.
—Sí —murmuró Paul.
Podían haber sido hermanos gemelos, el niño y esta niña, pensó Rachel
por un instante.
—Se parece mucho al niño —dijo Paul, casi para sí mismo.
—Sí —respondió Rachel.
—Bien, pero no la podemos dejar ahí.
—¿Estás seguro de que está muerta, Paul?
«Sí, estoy seguro», le contestó con su silencio.
Paul se agachó, pasó los brazos bajo las rodillas y el cuello de la niña y se
enderezó, cargado con el cuerpo.
—Haz sitio en el maletero, Rachel.
—¿Qué vamos a…, qué vas a hacer, Paul?
—Enterrarla, ¿qué voy a hacer?
—Pero quizás no sea… uno de ellos…, quiero decir, ¿no deberíamos?…
—No, no debemos. Y ahora, por favor, haz lo que te pido. Volvemos a la
casa.
—No podemos hacer eso, Paul.
—Sólo para enterrarla, Rachel, nada más que para eso.
—Pero, ¿por qué no la enterramos aquí? —Rachel señaló un lugar,
temblando—. Allí mismo, donde la encontraste…
—Tengo mis razones, Rachel. Confía en mí, por favor.
—Te esperaré, Paul. Te esperaré aquí mismo. No te preocupes.
—No, tú te vienes conmigo. Y ahora, hazme un poco de sitio en el
maletero.
Estaba claro, por su tono de voz, que no le convencería.
—Estarán esperándonos —dijo Rachel.
Inmediatamente hizo lo que Paul le había pedido.
Página 122