Page 124 - Extraña simiente
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También sabía que marcharse de allí o estar próximos a otro lugar no
haría más que alargar el suplicio. Irse a Nueva York, aunque estuviera a
cientos de kilómetros de distancia, aunque fuera un mundo totalmente distinto
del que ella y Paul habían planeado vivir, no haría más que calmar o limar
temporalmente sus miedos. Ella no podía huir de un enemigo que se
alimentaba principalmente de su imaginación, de su necesidad de rellenar los
espacios en blanco. ¿Qué le había dicho a Paul? ¿Que… les estarían
esperando? Su ignorancia le haría pensar que estarían esperándola en todas
partes, en la casa, en Nueva York, en sus sueños, acechándola, aguardándola
envueltos en el silencio y la oscuridad que desde ahora existiría donde quiera
que fueran.
—¡Párate! —dijo Rachel, no como una orden desesperada, sino con gran
resignación.
Con este tono de voz pretendía que Paul entendiera que ella sabía lo que
él estaba haciendo y que necesitaba discutirlo con él un momento, sin tener
que sufrir la incomodidad del coche botando sobre la carretera llena de
baches.
—¿Por qué? —preguntó Paul.
—Por favor, para el coche.
Paul la miró. Ella no le estaba mirando a él, sino al gato que ahora
descansaba plácidamente en su regazo, después de haber intentado varias
veces saltar hacia la parte trasera del coche, a husmear el cuerpo de la niña.
—Rachel, no tenemos tiempo.
—Por favor…
Suspirando, Paul detuvo lentamente el coche. Apoyó los antebrazos sobre
el volante y no apartó la vista de la carretera.
—Está bien, ¿qué ocurre?
Rachel dudó un momento, la mirada perdida cayendo distraídamente
sobre el gato. Se sorprendió al notar que le resbalaba una lágrima por la
mejilla y ver que caía sobre la palma de su mano.
—Sólo quiero saber… el porqué de todo, me imagino.
—¿El porqué de qué? —replicó Paul visiblemente molesto.
—¿Por qué volvemos, si es que lo sabes?
Paul volvió a suspirar.
—Ya te lo he dicho…
Paul bajó la mano hasta el cambio de marchas. Ella puso la suya
rápidamente sobre la de Paul y lo miró suplicante.
—No les debes nada, Paul.
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