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cielo, ni infierno, pero con amigues, familia, hijes, afectos,
amores que lo duelan.
Al día siguiente confirmaron que esos restos eran los
de ella. Su nombre se repetía cíclicamente en los medios como
la narrativa de la Continuidad de los parques de Cortázar:
Emilia Sartorio. “Emilia Sartorio la mujer buscada fue
hallada”, “Aparecieron los restos de Emilia Sartorio”.
Mi cabeza era una licuadora vieja que trozaba
recuerdos, los fragmentaba y otros los dejaba chiquititos,
líquidos. No entendía nada. Era como si dos mundos se
cruzaran, lo real y lo fantástico. Por un lado, iniciaron cientos
de marchas, de familiares, con velas, fotos. Estaba irrealmente
muerta.
El juez de la causa daba declaraciones en la televisión como
una vedette del momento, con la piel curtida de tanta cama
solar y vacaciones. El tostado no había decidido aún si detener
al marido o no. Y yo que caminaba el barrio, con mi duelo a
cuestas, lo veía. El asesino y principal sospechoso andaba
caminando con el cochecito de bebé por la 62, como si nada.
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