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El caso era que a metros de la casa de mi abuela, en ese
descampado que estuvo siempre lleno de pastizales, apareció
el cuerpo de la hija de los Cabrera.
-Pobre, gente.- se afligía mi madre.
Los Cabrera, hasta donde yo sabía, habían tenido
varios hijos y la más pequeña, se llamaba Juliana. Ella no
llegaba a los 12 años, tenía una dificultad motora y un retraso
madurativo, lo que antes se decía crudamente o cruelmente
“retrasada mental”.
Su existencia fue corta, como preveían los médicos. Lo
que no pudieron prever era que su vida no se apagaría por un
paro cardíaco o una disfunción orgánica. La violaron y
mataron.
En ese descampado de pastos altos donde por años los
vecinos tiraban la basura, la basura descartó su cuerpo.
La aparición de este nuevo caso, trajo memorias de un
pasado. Los recuerdos no hacen más que construir espectros y
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