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Estos pueblos se asentaron sobre una zona pantanosa, por ello las técnicas agrícolas que aplicaron
suponían un complejo sistema de control de las aguas, obras de drenaje y desalación. Este sistema
permitía obtener cosechas durante todo el año en las chinampas, unos montículos construidos con
barro y escombros llevados de las tierras que rodeaban los estanques. Estos huertos estaban
conectados entre sí mediante una red de canales que servían para el drenaje y el transporte. Los
cultivos básicos eran, además de la trilogía agrícola de Mesoamérica (maíz, calabaza y frijoles), la
guindilla, las chumberas y los aguacates, entre otros.
Esta agricultura permitía alimentar un gran número de personas, y gracias a ello la densidad de la
población era bastante elevada. La capital azteca era México-Tenochtitlan, una ciudad habitada por
unos cuantos cientos de miles de personas en la época de la conquista española (los historiadores
calculan que tendría unos 300.000 habitantes). Levantaron construcciones arquitectónicas
grandiosas, de entre las que destacan los templos con forma de pirámide escalonada, decorados
con una gran cantidad de relieves.
El complejo sistema hidráulico y las construcciones ceremoniales permiten pensar que esta cultura
tenía un poder centralizado que acaparaba los excedentes. Igualmente, el poder político y religioso
estarían estrechamente vinculados. Así, el mando supremo estaba en manos del jefe político y
religioso, al que podríamos considerar como una especie de emperador.
Los elementos más importantes esta
cultura económicamente fueron, la
agricultura de chinampas o islotes de
tierra flotantes, estabilizados mediante
estacas, los lagos y las tierras embarradas
de la región (donde cultivaban maíz,
verduras y flores), la metalurgia, el tejido,
la artesanía y una arquitectura muy
desarrollada.