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¡...ENTRE EL SOL Y EL AGUA...!
además la lana servía para diferenciar a los hombres de las
mujeres, es decir, que los hombres usaban su manta hasta las
rodillas a diferencia de las mujeres quienes lo usaban hasta los
tobillos. Así pues, cuando la orden de los Franciscanos llegó a
este lugar, se sintieron extrañados al ver tan inteligente sistema
de abrigo que en combinación de colores y formas daban a ese
panorama una inigualable belleza difícil de explicar, la
comunidad pacífica abrió sus brazos cubiertos de lana a estos
visitantes, permitiéndoles de esta manera, conocer sus
familias, costumbres y sus hábitos.
Este contacto intercultural permitió a los colonizadores valorar
otras riquezas que posee esta región, y más aún, las que este
municipio sigue ofreciendo, tales como la flora, la fauna y las
riquezas hídricas. La belleza natural de este sitio motivó la
llegada en 1601 de Alonso Domínguez Medellín en los asuntos
civiles, y Fray Juan Blas Redondo como evangelizador, con lo
cual Monguí quedaría convertido en un centro doctrinero. De
este proceso se reconoció a Monguí como municipio, se
definieron obras de ingeniería y arquitectura, así mismo la
implementación de directrices religiosas e intercambios de
saberes fueron evolucionando con el paso de las diferentes
épocas formando una identidad propia.
Es entonces que en aras de brindar un aporte a la historia
cultural del país, se realizó una fusión de prendas de abrigo, la
popular manta cuadrada de los indígenas y los conocidos
capotes que se usaban en España para abrigarse del frío, dieron
como resultado la tradicional “ruana monguiseña”, prenda que
se ha convertido en un símbolo de transculturación hispano-
chibcha. La ruana se ha enmarcado en procesos de identidad
campesina, de protección de la tradición oral boyacense y es
motivo de preservación de la memoria histórica.
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