Page 340 - El Señor de los Anillos
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preguntas estúpidas. Buscaré la contraseña.
        » Conocí en un tiempo todas las fórmulas mágicas que se usaron alguna vez
      para estos casos, en las lenguas de los elfos, de los hombres, o de los orcos. Aún
      recuerdo  unas  doscientas  sin  necesidad  de  esforzarme  mucho.  Pero  sólo  se
      necesitarán unas pocas pruebas, me parece, y no tendré que recurrir a Gimli y a
      esa lengua secreta de los enanos que no enseñan a nadie. Las palabras que abren
      la puerta son élficas, sin duda, como la escritura del arco.
        Se acercó otra vez a la roca y tocó ligeramente con la vara la estrella de plata
      del medio, bajo el signo del yunque, y dijo con una voz perentoria:
       Annon edhellen, edro hi ammen!
       Fennas nogothrim, lasto beth lammen!
        Las líneas de plata se apagaron, pero la piedra gris y desnuda no se movió.
        Muchas veces repitió estas palabras, en distinto orden, o las cambió. Luego
      probó diversas fórmulas, una tras otra, hablando ahora más rápido y más alto,
      ahora más bajo y más lentamente. Luego dijo muchas palabras sueltas en élfico.
      Nada ocurrió. La cima del risco se perdió en la noche, las estrellas innumerables
      se  encendieron  allá  arriba,  sopló  un  viento  frío  y  las  puertas  continuaron
      cerradas.
        Gandalf se acercó de nuevo a la pared y alzando los brazos habló con voz de
      mando, cada vez más colérico. Edro! Edro!, exclamó, golpeando la piedra con la
      vara.  ¡Ábrete!  ¡Ábrete!,  gritó  y  continuó  con  todas  las  órdenes  de  todos  los
      lenguajes que alguna vez se habían hablado al oeste de la Tierra Media. Al fin
      arrojó la vara al suelo y se sentó en silencio.
      En ese instante el viento les trajo desde muy lejos el aullido de los lobos. Bill el
      poney se sobresaltó, asustado, y Sam corrió a él y le habló en voz baja.
        —¡No  dejes  que  se  escape!  —dijo  Boromir—.  Parece  que  pronto  lo
      necesitaremos,  si  antes  no  nos  descubren  los  lobos.  ¡Cómo  odio  esta  laguna
      siniestra!
        Inclinándose, recogió una piedra grande y la arrojó lejos al agua oscura. La
      piedra desapareció con un suave chapoteo, pero casi al mismo tiempo se oyó un
      silbido y un sonido burbujeante. Unos grandes anillos de ondas aparecieron en la
      superficie  más  allá  del  sitio  donde  había  caído  la  piedra  y  se  acercaron
      lentamente a los pies del risco.
        —¿Por qué hiciste eso, Boromir? —dijo Frodo—. Yo también odio este lugar
      y tengo miedo. No sé de qué: no de los lobos, o de la oscuridad que espera detrás
      de las puertas; de otra cosa. Tengo miedo de la laguna. ¡No la perturbes!
        —¡Ojalá pudiéramos irnos! —dijo Merry.
        —¿Por qué Gandalf no hace algo? —dijo Pippin.
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