Page 343 - El Señor de los Anillos
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descubrieron un pasadizo abovedado que llevaba a la oscuridad.
        —¿Por qué no nos sentamos a descansar y a comer aquí en el pasillo, ya que
      no encontramos un comedor? —preguntó Frodo.
        Estaba empezando a olvidar el horrible tentáculo, y de pronto sentía mucha
      hambre.
        La propuesta tuvo buena acogida y se sentaron en los últimos escalones, unas
      figuras oscuras envueltas en tinieblas. Después de comer, Gandalf le dio a cada
      uno otro sorbo del miruvor de Rivendel.
        —No durará mucho más, me temo —dijo—, pero lo creo necesario luego de
      ese horror de la puerta. Y a no ser que tengamos mucha suerte, ¡nos tomaremos
      el resto antes de llegar al otro lado! ¡Tened cuidado también con el agua! Hay
      muchas corrientes y manantiales en las Minas, pero no se los puede tocar. Quizá
      no tengamos oportunidad de llenar las botas y botellas antes de descender al Valle
      del Arroyo Sombrío.
        —¿Cuánto tiempo nos llevará? —preguntó Frodo.
        —No puedo decirlo —respondió Gandalf—. Depende de muchas cosas. Pero
      yendo  directamente,  sin  contratiempos  ni  extravíos,  tardaremos  tres  o  cuatro
      jornadas, espero. No hay menos de cuarenta millas entre la Puerta del Oeste y el
      Portal del Este en línea recta y es posible que el camino dé muchas vueltas.
      Luego  de  un  breve  descanso,  se  pusieron  otra  vez  en  marcha.  Todos  ellos
      deseaban terminar esta parte del viaje lo antes posible y estaban dispuestos, a
      pesar de sentirse tan cansados, a caminar durante horas. Gandalf iba al frente
      como  antes.  Llevaba  en  la  mano  izquierda  la  vara  centelleante,  que  sólo
      alcanzaba  a  iluminar  el  piso  ante  él;  en  la  mano  derecha  esgrimía  la  espada
      Glamdring. Detrás de Gandalf iba Gimli, los ojos brillantes a la luz débil mientras
      volvía  la  cabeza  a  los  lados.  Detrás  del  enano  caminaba  Frodo,  que  había
      desenvainado  la  espada  corta,  Dardo. De  las  hojas  de  Dardo  y  Glamdring  no
      venía ningún reflejo y esto era auspicioso, pues habiendo sido forjadas por elfos
      de los Días Antiguos estas espadas brillaban con una luz fría si había algún orco
      cerca. Detrás de Frodo marchaba Sam y luego Legolas y los hobbits jóvenes y
      Boromir.  En  la  oscuridad  de  la  retaguardia,  grave  y  silencioso,  caminaba
      Aragorn.
        Después de doblar a un lado y a otro unas pocas veces el pasadizo empezó a
      descender. Siguió así un largo rato, en un descenso regular y continuo hasta que
      corrió otra vez horizontalmente. El aire era ahora cálido y sofocante, aunque no
      viciado, y de vez en cuando sentían en la cara una corriente de aire fresco que
      parecía  venir  de  unas  aberturas  disimuladas  en  las  paredes.  Había  muchas  de
      estas aberturas. Al débil resplandor de la vara del mago, Frodo alcanzaba a ver
      escaleras y arcos y pasadizos y túneles, que subían, o bajaban bruscamente, o se
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