Page 345 - El Señor de los Anillos
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agudizado  los  sentidos  y  advertía  ahora  la  presencia  de  muchas  cosas  que  no
      podían ser vistas. Un síntoma de esos cambios, y que había notado muy pronto,
      era que podía ver en la oscuridad quizá más que cualquiera de los otros, excepto
      Gandalf. Y de todos modos él era el Portador del Anillo; le colgaba de la cadena
      sobre el pecho y a veces lo sentía como una carga pesada. Estaba seguro de que
      el mal los esperaba allá delante y que a la vez venía siguiéndolos, pero no hacía
      ningún  comentario.  Apretaba  la  empuñadura  de  la  espada  y  se  adelantaba
      tercamente.
        Detrás  de  él  la  Compañía  hablaba  poco  y  nada  más  que  en  murmullos
      apresurados. Sólo se oía el sonido de las pisadas: el golpe sordo de las botas de
      enano de Gimli; los pesados pies de Boromir; el paso liviano de Legolas; el trote
      ligero y casi imperceptible de los hobbits y en la retaguardia las pisadas lentas y
      firmes  de  Aragorn,  que  caminaba  a  grandes  trancos.  Cuando  se  detenían  un
      momento, no oían nada, excepto el débil goteo ocasional de un hilo de agua que
      se  escurría  invisible.  No  obstante,  Frodo  comenzó  a  oír,  o  a  imaginar  que  oía,
      alguna otra cosa: el blando sonido de unos pies descalzos. El sonido no era nunca
      bastante alto, ni bastante próximo, como para que él estuviera seguro de haberlo
      oído,  pero  una  vez  que  empezaba  ya  no  cesaba  nunca,  mientras  la  Compañía
      continuara marchando. Pero no era un eco, pues cuando se detenían proseguía un
      rato, solo, antes de apagarse.
      Ya caía la noche cuando habían entrado en las Minas. Habían caminado durante
      horas,  haciendo  breves  escalas,  y  Gandalf  tropezó  de  pronto  con  el  primer
      problema serio. Ante él se alzaba un arco amplio y oscuro que se abría en tres
      pasajes;  todos  iban  en  la  misma  dirección,  hacia  el  este;  pero  el  pasaje  de  la
      izquierda  bajaba  bruscamente,  el  de  la  derecha  subía,  y  el  del  medio  parecía
      correr en línea recta, liso y llano, pero muy angosto.
        —¡No tengo ningún recuerdo de este sitio! —dijo Gandalf titubeando bajo el
      arco.  Sostuvo  en  alto  la  vara  con  la  esperanza  de  encontrar  alguna  marca  o
      inscripción que lo ayudara a elegir, pero no había nada de esta especie—. Estoy
      demasiado cansado para decidir —dijo, moviendo la cabeza—. Y supongo que
      todos vosotros estáis tan cansados como yo, o más. Mejor que nos detengamos
      aquí  por  lo  que  queda  de  la  noche.  ¡Sé  que  me  entendéis!  Aquí  está  siempre
      oscuro, pero fuera la luna tardía va hacia el oeste y la medianoche ha quedado
      atrás.
        —¡Pobre viejo Bill! —dijo Sam—. Me pregunto dónde anda. Espero que esos
      lobos todavía no lo hayan atrapado.
        A la izquierda del gran arco encontraron una puerta de piedra; estaba a medio
      cerrar pero un leve empellón la abrió fácilmente. Más allá parecía haber una
      sala amplia tallada en la roca.
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