Page 347 - El Señor de los Anillos
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Pippin  se  sentó  miserablemente  junto  a  la  puerta  en  la  cerrada  oscuridad,
      pero no dejaba de volver la cabeza, temiendo que alguna cosa desconocida se
      arrastrara fuera del pozo. Hubiese querido cubrir el agujero, por lo menos con
      una manta, pero no se atrevía a moverse ni a acercarse, aunque Gandalf parecía
      dormir.
        Gandalf en realidad estaba despierto, aunque acostado y en silencio, y trataba
      de  recordar  todos  los  detalles  de  su  viaje  anterior  a  las  Minas,  preguntándose
      ansiosamente qué rumbo convendría tomar; una media vuelta equivocada podía
      ser desastrosa. Al cabo de una hora se incorporó y fue hacia Pippin.
        —Vete a un rincón y trata de dormir, mi muchacho —dijo en un tono amable
      —.  Quieres  dormir,  supongo.  Yo  no  he  cerrado  un  ojo,  de  modo  que  puedo
      reemplazarte en la guardia.
        » Ya sé lo que me ocurre —murmuró mientras se sentaba junto a la puerta—.
      ¡Necesito  un  poco  de  humo!  No  he  fumado  desde  la  mañana  anterior  a  la
      tormenta de nieve.
        Lo último que vio Pippin, mientras el sueño se lo llevaba, fue la sombra del
      viejo  mago  encogida  en  el  piso,  protegiendo  un  fuego  incandescente  entre  las
      manos nudosas, puestas sobre las rodillas. La luz temblorosa mostró un momento
      la nariz aguileña y una bocanada de humo.
      Fue  Gandalf  quien  los  despertó  a  todos.  Había  estado  sentado  y  vigilando  solo
      alrededor de seis horas, dejando que los otros descansaran.
        —Y  mientras  tanto  tomé  mi  decisión  —dijo—.  No  me  gusta  la  idea  del
      camino del medio y no me gusta el olor del camino de la izquierda: el aire está
      viciado allí, o no soy un guía. Tomaré el pasaje de la derecha. Es hora de que
      volvamos a subir.
        Durante  ocho  horas  oscuras,  sin  contar  dos  breves  paradas,  continuaron
      marchando y no encontraron ningún peligro, ni oyeron nada y no vieron nada
      excepto el débil resplandor de la luz del mago, bailando ante ellos como un fuego
      fatuo. El túnel que habían elegido llevaba regularmente hacia arriba, torciendo a
      un lado y al otro, describiendo grandes curvas ascendentes, y a medida que subía
      se  hacía  más  elevado  y  más  ancho.  No  había  a  los  lados  aberturas  de  otras
      galerías o túneles y el suelo era llano y firme, sin pozos o grietas. Habían tomado
      evidentemente lo que en otro tiempo fuera una ruta importante y progresaban
      con mucha mayor rapidez que en la jornada anterior.
        De este modo avanzaron unas quince millas, medidas en línea recta hacia el
      este,  aunque  en  realidad  debían  de  haber  caminado  veinte  millas  o  más.  A
      medida que el camino subía, el ánimo de Frodo mejoraba un poco; pero se sentía
      aún oprimido y aún oía a veces, o creía oír, detrás de la Compañía, más allá de
      los ajetreos de la marcha, pisadas que venían siguiéndolos y que no eran un eco.
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