Page 352 - El Señor de los Anillos
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—Me alegro —dijo Gimli—. Ya he visto Moria y es muy grande, pero se ha
      convertido  en  un  sitio  oscuro  y  terrible  y  no  hemos  encontrado  señales  de  mi
      gente. Dudo ahora que Balin haya estado alguna vez aquí.
      Luego  de  haber  desayunado,  Gandalf  decidió  que  se  pondrían  en  marcha  en
      seguida.
        —Estamos cansados, pero dormiremos mejor cuando lleguemos afuera —
      dijo. Creo que ninguno de nosotros desearía pasar otra noche en Moria.
        —¡No,  en  verdad!  —dijo  Boromir—.  ¿Qué  camino  tomaremos?  ¿Ese  arco
      que apunta al este?
        —Quizá  —dijo  Gandalf—.  Pero  aún  no  sé  exactamente  dónde  nos
      encontramos.  Si  no  he  perdido  el  rumbo,  creo  que  estamos  encima  de  los
      Grandes Portales y un poco al norte; y quizá no sea fácil encontrar el camino que
      baja a las puertas. El arco del este tal vez sea la ruta adecuada, pero antes de
      decidirnos miraremos un poco alrededor. Vayamos hacia aquella luz de la puerta
      norte. Si pudiéramos encontrar una ventana, mejor que mejor, pero temo que la
      luz descienda sólo a través de largas aberturas.
        Siguiendo a Gandalf, la Compañía pasó bajo el arco del norte. Se encontraban
      ahora  en  un  amplio  corredor.  A  medida  que  avanzaban  el  resplandor  iba
      aumentando y vieron que venía de un portal de la derecha. Era alto, plano arriba,
      y la puerta de piedra colgaba todavía de los goznes, a medio cerrar. Del otro lado
      había un cuarto grande y cuadrado. Estaba apenas iluminado, pero a los ojos de
      la  Compañía,  luego  de  haber  pasado  tanto  tiempo  en  la  oscuridad,  era  de  una
      luminosidad enceguecedora y todos parpadearon al entrar.
        El suelo estaba cubierto por una espesa capa de polvo y la Compañía tropezó
      en  el  umbral  con  muchas  cosas  que  estaban  allí  tiradas  y  cuyas  formas  no
      pudieron reconocer al principio. Una abertura alta y amplia de la pared del este
      iluminaba la cámara. Atravesaba oblicuamente la pared y del otro lado, lejos y
      arriba, podía verse un cuadradito de cielo azul. La luz caía directamente sobre
      una mesa en medio del cuarto: una piedra oblonga, de dos pies de alto, sobre la
      que habían puesto una losa de piedra blanca.
        —Parece una tumba —murmuró Frodo, y se inclinó hacia adelante, sintiendo
      un raro presentimiento, para mirar desde más cerca.
        Gandalf se acercó rápidamente. Sobre la losa había unas runas grabadas:
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