Page 342 - El Señor de los Anillos
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excepto a Sam, Gandalf consiguió que corrieran hacia la puerta.
        Habían  reaccionado  justo  a  tiempo.  Sam  y  Frodo  estaban  unos  pocos
      escalones  arriba  y  Gandalf  comenzaba  a  subir  cuando  los  tentáculos  se
      retorcieron  tanteando  la  playa  angosta  y  palpando  la  pared  del  risco  y  las
      puertas. Uno reptó sobre el umbral, reluciendo a la luz de las estrellas, Gandalf se
      volvió e hizo una pausa. Estaba considerando Qué palabra podría cerrar la galería
      desde dentro cuando unos brazos serpentinas se enroscaron a las puertas y con un
      terrible  esfuerzo  las  hicieron  girar,  Las  puertas  batieron  resonando  y  la  luz
      desapareció. Un ruido de crujidos y golpes llegó sordamente a través de la piedra
      maciza.
        Sam, asiéndose del brazo de Frodo, se dejó caer sobre un escalón en la negra
      oscuridad.
        —¡Pobre viejo Bill! —dijo con voz entrecortado—. ¡Lobos y serpientes! Pero
      las serpientes fueron demasiado para él. Tuve que elegir, señor Frodo. Tuve que
      venir con usted.
        Oyeron que Gandalf bajaba los escalones y arrojaba la vara contra la puerta.
      Hubo  un  estremecimiento  en  la  piedra  y  los  escalones  temblaron,  pero  las
      puertas no se abrieron.
      —¡Bueno, bueno! —dijo el mago—. Ahora el pasadizo está bloqueado a nuestras
      espaldas y hay una sola salida… del otro lado de la montaña. Temo que estos
      ruidos  últimos  vengan  de  unos  peñascos  que  han  caído  ¡arrancando  árboles  y
      apiñándolos frente a la puerta!. Lo lamento, pues los árboles eran hermosos y
      habían resistido tantos años.
        —Sentí que había algo horrible cerca desde el momento en que mi pie tocó el
      agua —dijo Frodo—. ¿Qué era eso, o había muchos?
        —No  lo  sé  —respondió  Gandalf—,  pero  todos  los  brazos  tenían  un  solo
      propósito. Algo ha venido arrastrándose o ha sido sacado de las aguas oscuras
      bajo las montañas. Hay criaturas más antiguas y horribles que los orcos en las
      profundidades del mundo.
        No  dijo  lo  que  pensaba:  cualquiera  que  fuese  la  naturaleza  de  aquello  que
      habitaba en la laguna, había atacado a Frodo antes que a los demás.
        Boromir susurró entre dientes, pero la piedra resonante amplificó el sonido
      convirtiéndolo en un murmullo ronco que todos pudieron oír:
        —¡En las profundidades del mundo! Y ahí vamos, contra mi voluntad. ¿Quién
      nos conducirá en esta oscuridad sin remedio?
        —Yo —dijo Gandalf—. Y Gimli caminará a mi lado. ¡Seguid mi vara!
        Mientras el mago se adelantaba subiendo los grandes escalones, alzó la vara y
      de  la  punta  brotó  un  débil  resplandor.  La  ancha  escalinata  era  segura  y  se
      conservaba bien. Doscientos escalones, contaron, anchos y bajos; y en la cima
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