Page 73 - El Señor de los Anillos
P. 73
—¡Quiero destruirlo de veras! —exclamó Frodo—. O que lo destruyan. No
estoy hecho para empresas peligrosas. Hubiese preferido no haberlo visto nunca.
¿Por qué vino a mí? ¿Por qué fui elegido?
—Preguntas que nadie puede responder —dijo Gandalf—. De lo que puedes
estar seguro es de que no fue por ningún mérito que otros no tengan. Ni por poder
ni por sabiduría, a lo menos. Pero has sido elegido y necesitarás de todos tus
recursos: fuerza, ánimo, inteligencia.
—¡Tengo tan poco de esas cosas! Tú eres sabio y poderoso. ¿No quieres el
Anillo?
—¡No, no! —exclamó Gandalf, incorporándose—. Mi poder sería entonces
demasiado grande y terrible. Conmigo el Anillo adquiriría un poder todavía
mayor y más mortal. —Los ojos de Gandalf relampaguearon y la cara se le
iluminó como con un fuego interior—. ¡No me tientes! Pues no quiero
convertirme en algo semejante al Señor Oscuro. Todo mi interés por el Anillo se
basa en la misericordia, misericordia por los débiles y deseo de poder hacer el
bien. ¡No me tientes! No me atrevo a tomarlo, ni siquiera para esconderlo y que
nadie lo use. La tentación de recurrir al Anillo sería para mí demasiado fuerte.
¡Tal vez lo necesitara! Me acechan grandes peligros.
Gandalf fue hacia la ventana, descorrió las cortinas y abrió los postigos. El sol
entró nuevamente en la habitación; Sam pasaba silbando por el sendero.
—Y ahora —dijo el mago volviéndose hacia Frodo—, la decisión depende de
ti. Pero no olvides que puedes contar siempre conmigo. —Puso una mano sobre
el hombro de Frodo—.Te ayudaré a soportar esta carga todo el tiempo que sea
necesario. Pero tenemos que hacer algo rápido. El enemigo no se está quieto.
Hubo un largo silencio. Gandalf volvió a sentarse; fumaba la pipa como perdido
en sus pensamientos. Parecía tener los ojos cerrados, pero observaba a Frodo con
atención, entornando los párpados. Frodo miraba fijamente las enrojecidas
ascuas del hogar, hasta que creyó estar hundiendo los ojos en unos pozos
profundos y llameantes. Pensaba en las fabulosas Grietas del Destino y en el
terror de la Montaña de Fuego.
—Bien —dijo Gandalf por último—. ¿En qué piensas? ¿Has tomado una
decisión?
—No —respondió Frodo volviendo en sí desde las tinieblas, viendo por la
ventana el jardín soleado, y sorprendiéndose de que no fuera todavía de noche—.
O quizá sí. De acuerdo con lo que entendí de tus palabras supongo que he de
conservar el Anillo, al menos por ahora, me haga lo que me haga.
—Cualquier cosa que te haga, será muy lentamente, si lo guardas con ese
propósito —dijo Gandalf.
—Así lo espero —respondió Frodo—; pero también espero que encuentres un
guardián mejor que yo y pronto. Por el momento parece que soy un peligro para