Page 295 - El Señor de los Anillos
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escribiendo una conclusión. Había pensado poner: y desde entonces vivió feliz
hasta el fin de sus días. Era un buen final, aunque se hubiera usado antes. Ahora
tendré que alterarlo: no parece que vaya a ser verdad, y de todos modos es
evidente que habrá que añadir otros varios capítulos, si vivo para escribirlos. Es
muy fastidioso. ¿Cuándo he de ponerme en camino? Boromir miró sorprendido a
Bilbo, pero la risa se le apagó en los labios cuando vio que todos los otros miraban
con grave respeto al viejo hobbit. Sólo Glóin sonreía, pero la sonrisa le venía de
viejos recuerdos.
—Por supuesto, mi querido Bilbo —dijo Gandalf—. Si tú iniciaste realmente
este asunto, tendrás que terminarlo. Pero sabes muy bien que decir he iniciado es
de una pretensión excesiva para cualquiera, y que los héroes desempeñan
siempre un pequeño papel en las grandes hazañas. No tienes por qué inclinarte.
Sabemos que tus palabras fueron sinceras, y que bajo esa apariencia de broma
nos hacías un ofrecimiento valeroso. Pero que supera tus fuerzas, Bilbo. No
puedes empezar otra vez, el problema ha pasado a otras manos. Si aún tienes
necesidad de mi consejo, te diría que tu parte ha concluido, excepto como
cronista. ¡Termina el libro, y no cambies el final! Todavía hay esperanzas de que
sea posible. Pero prepárate a escribir una continuación, cuando ellos vuelvan.
Bilbo rió.
—No recuerdo que me hayas dado antes un consejo agradable —dijo—.
Como todos tus consejos desagradables han resultado buenos, me pregunto si éste
no será malo. Sin embargo, no creo que me quede bastante fuerza o suerte como
para tratar con el Anillo. Ha crecido y yo no. Pero dime, ¿a quién te refieres
cuando dices ellos?
—A los mensajeros que llevarán el Anillo.
—¡Exactamente! ¿Y quiénes serán? Eso es lo que el Concilio ha de decidir,
me parece, y ninguna otra cosa. Los elfos se alimentan de palabras y los enanos
soportan grandes fatigas; yo soy sólo un viejo hobbit y extraño el almuerzo. ¿Se
te ocurren algunos nombres? ¿O lo dejamos para después de comer?
Nadie respondió. Sonó la campana del mediodía. Nadie habló tampoco ahora.
Frodo echó una ojeada a todas las caras, pero no lo miraban a él; todo el Concilio
bajaba los ojos, como sumido en profundos pensamientos. Sintió que un gran
temor lo invadía, como si estuviese esperando una sentencia que ya había
previsto hacía tiempo, pero que no deseaba oír. Un irresistible deseo de descansar
y quedarse a vivir en Rivendel junto a Bilbo le colmó el corazón. Al fin habló
haciendo un esfuerzo y oyó sorprendido sus propias palabras, como si algún otro
estuviera sirviéndose de su vocecita.
—Yo llevaré el Anillo —dijo—, aunque no sé cómo.