Page 333 - El Señor de los Anillos
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lobos y volver a casa. Sam estaba de pie, abatido, junto al poney, y no respondió.
Bill, como si entendiera lo que estaba ocurriendo, se frotó contra Sam, pasándole
el hocico por la oreja. Sam se echó a llorar y tironeó de las correas, descargando
los bultos del poney y echándolos a tierra. Los otros sacaron todo, haciendo una
pila de lo que podían dejar y repartiéndose el resto.
Luego se volvieron a mirar a Gandalf. Parecía que el mago no hubiera hecho
nada. Estaba de pie entre los árboles mirando la pared desnuda del risco, como si
quisiera abrir un agujero con los ojos. Gimli iba de un lado a otro, golpeando la
piedra aquí y allá con el hacha. Legolas se apretaba contra la pared, como
escuchando.
—Bueno, aquí estamos, todos listos —dijo Merry—, ¿pero dónde están las
puertas? No veo ninguna indicación.
—Las puertas de los enanos no se hicieron para ser vistas, cuando están
cerradas —dijo Gimli—. Son invisibles. Ni siquiera los amos de estas puertas
pueden encontrarlas o abrirlas, si el secreto se pierde.
—Pero ésta no se hizo para que fuera un secreto, conocido sólo por los enanos
—dijo Gandalf, volviendo de súbito a la vida y dando media vuelta—. Si las cosas
no cambiaron aquí demasiado, un par de ojos que sabe lo que busca tendría que
encontrar los signos.
Fue otra vez hacia la pared. Justo entre la sombra de los árboles había un
espacio liso y Gandalf pasó por allí las manos de un lado a otro, murmurando
entre dientes. Luego dio un paso atrás.
—¡Mirad! —dijo—. ¿Veis algo ahora?
La luna brillaba en ese momento sobre la superficie de roca gris; pero
durante un rato no vieron nada nuevo. Luego lentamente, en el sitio donde el
mago había puesto las manos, aparecieron unas líneas débiles, como delgadas
vetas de plata que corrían por la piedra. Al principio no eran más que hilos
pálidos, como unos centelleos a la luz plena de la luna, pero poco a poco se
hicieron más anchos y claros, hasta que al fin se pudo distinguir un dibujo.
Arriba, donde Gandalf ya apenas podía alcanzar, había un arco de letras
entrelazadas en caracteres élficos. Abajo, aunque los trazos estaban en muchos
sitios borrados o rotos, podían verse los contornos de un yunque y un martillo y
sobre ellos una corona con siete estrellas. Más abajo había dos árboles y cada
uno tenía una luna creciente. Más clara que todo el resto una estrella de muchos
rayos brillaba en medio de la puerta.
—¡Son emblemas de Durin! —exclamó Gimli.
—¡Y ese es el árbol de los Altos Elfos! —dijo Legolas.
—Y la estrella de la Casa de Fëanor —dijo Gandalf—. Están labrados en
ithildin que sólo refleja la luz de las estrellas y la luna y que duerme hasta el
momento en que alguien lo toca pronunciando ciertas palabras que en la Tierra
Media se olvidaron tiempo atrás. Las oí hace ya muchos años y tuve que