Page 330 - El Señor de los Anillos
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Todos estaban cansados y tenían los pies doloridos, pero siguieron tercamente por
aquella senda sinuosa y áspera durante muchas millas. El sol comenzó a
descender. Luego de un breve descanso y una rápida comida, continuaron la
marcha. Las montañas parecían observarlos de mala manera, pero el sendero
corría por una profunda hondonada y sólo veían las estribaciones más altas y los
picos lejanos del este.
Al fin llegaron a una vuelta brusca del sendero. Habían estado marchando
hacia el sur entre el borde del canal y una pendiente abrupta a la izquierda; pero
ahora el sendero corría de nuevo hacia el este. Casi en seguida vieron ante ellos
un risco bajo, de unas cinco brazas de alto, que terminaba en un borde mellado y
roto. Un hilo de agua bajaba del risco, goteando a lo largo de una grieta que
parecía haber sido cavada por un salto de agua, en otro tiempo caudaloso.
—¡Las cosas han cambiado en verdad! —dijo Gandalf—. Pero no hay error
posible respecto del sitio. Esto es todo lo que queda de los Saltos de la Escalera. Si
recuerdo bien hay unos escalones tallados en la roca a un lado, pero el camino
principal se pierde doblando a la izquierda y sube así hasta el terreno llano de la
cima. Había también un valle poco profundo que subía más allá de las cascadas
hasta las Murallas de Moria y el Sirannon atravesaba ese valle con el camino a
un lado. ¡Vayamos a ver cómo están las cosas ahora!
Encontraron los escalones de piedra sin dificultad y Gimli los subió saltando,
seguido por Gandalf y Frodo. Cuando llegaron a la cima vieron que por ese lado
no podían ir más allá y descubrieron las causas del secamiento del Arroyo de la
Puerta. Detrás de ellos el sol poniente inundaba el fresco cielo occidental con una
débil luz dorada. Ante ellos se extendía un lago oscuro y tranquilo. Ni el cielo ni el
crepúsculo se reflejaban en la sombría superficie. El Sirannon había sido
embalsado y las aguas cubrían el valle. Más allá de esas aguas ominosas se
elevaba una cadena de riscos, finales e infranqueables, de paredes torvas y
pálidas a la luz evanescente. No había signos de puerta o entrada, ni una fisura o
grieta que Frodo pudiera ver en aquella piedra hostil.
—He ahí las Murallas de Moria —dijo Gandalf apuntando a través del agua
—. Y allí hace un tiempo estuvo la Puerta, la Puerta de los Elfos en el extremo
del camino de Acebeda, por donde hemos venido. Pero esta vía está cerrada.
Nadie en la Compañía, me parece, querría nadar en estas aguas tenebrosas a la
caída de la noche. Tienen un aspecto malsano.
—Busquemos un camino que bordee el lado norte —dijo Gimli—. La
Compañía tendría que subir ante todo por el camino principal y ver adónde lleva.
Aunque no hubiera lago, no conseguiríamos que nuestro poney de carga trepara
por estos escalones.
—De cualquier modo no podríamos llevar a la pobre bestia a las Minas —dijo
Gandalf—. El camino que corre por debajo de las montañas es un camino oscuro