Page 331 - El Señor de los Anillos
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y hay trechos angostos y escarpados por donde él no pasaría, aunque pasáramos
nosotros.
—¡Pobre viejo Bill! —dijo Frodo—. No lo había pensado. ¡Y pobre Sam! Me
pregunto qué dirá.
—Lo lamento —dijo Gandalf—. El pobre Bill ha sido un compañero muy útil
y siento en el alma tener que abandonarlo ahora. Yo hubiera preferido viajar con
menos peso y sin ningún animal y menos que ninguno este que Sam quiere tanto.
Temí todo el tiempo que estuviésemos obligados a tomar ese camino.
El día estaba terminando y las estrellas frías parpadeaban en el cielo bien por
encima del sol poniente, cuando la Compañía trepó con rapidez por las laderas y
bajó a la orilla del lago. No parecía tener de ancho más de un tercio de milla,
como máximo. La luz era escasa y no alcanzaban a ver hasta dónde iba hacia el
sur, pero el extremo norte no estaba a más de media milla y entre las crestas
rocosas que encerraban el valle y la orilla del agua había una franja de tierra
descubierta. Se adelantaron de prisa, pues tenían que recorrer una milla o dos
antes de llegar al punto de la orilla opuesta indicado por Gandalf, y luego había
que encontrar las puertas.
Llegaron al extremo norte del lago y descubrieron allí que una caleta angosta
les cerraba el paso. Era de aguas verdes y estancadas y se extendía como un
brazo cenagoso hacia las cimas de alrededor. Gimli dio un paso adelante sin
titubear y descubrió que el agua era poco profunda y que allí en la orilla no le
llegaba más arriba del tobillo. Los otros caminaron detrás de él, en fila, pisando
con cuidado, pues bajo las hierbas y el musgo había piedras viscosas y
resbaladizas. Frodo se estremeció de repugnancia cuando el agua oscura y sucia
le tocó los pies.
Cuando Sam, el último de la Compañía, llevó a Bill a tierra firme, del otro
lado del canal, se oyó de pronto un sonido blando: un roce, seguido de un
chapoteo, como si un pez hubiera perturbado la superficie tranquila del agua.
Miraron atrás y alcanzaron a ver unas ondas que la sombra bordeaba de negro a
la luz declinante; unos grandes anillos concéntricos se abrían desde un punto
lejano del lago. Hubo un sonido burbujeante y luego silencio. La oscuridad creció
y unas nubes velaron los últimos rayos del sol poniente.
Gandalf marchaba ahora a grandes pasos y los otros lo seguían tan de cerca
como les era posible. Llegaron así a la franja de tierra seca entre el lago y los
riscos, que no tenía a menudo más de doce yardas de ancho, y donde había
muchas rocas y piedras; pero encontraron un camino siguiendo el contorno de los
riscos y manteniéndose alejados todo lo posible del agua oscura. Una milla más
al sur tropezaron con unos acebos. En las depresiones del Suelo se pudrían
tocones y ramas secas: restos, parecía, de viejos setos o de una empalizada que