Page 370 - El Señor de los Anillos
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Lothlórien
A y, temo que no podamos demorarnos aquí —dijo Aragorn. Miró hacia las
montañas y alzó la espada—. ¡Adiós, Gandalf! —gritó—. ¿No te dije si cruzas las
puertas de Moria, ten cuidado? Ay, cómo no me equivoqué. ¿Qué esperanzas nos
quedan sin ti?
Se volvió hacia la Compañía.
—Dejemos de lado la esperanza —dijo—. Al menos quizá seamos vengados.
Apretemos las mandíbulas y dejemos de llorar. ¡Vamos! Tenemos por delante un
largo camino y muchas cosas todavía pendientes. Se incorporaron y miraron
alrededor. Hacia el norte el valle corría por una garganta oscura entre dos
grandes brazos de las montañas y en la cima brillaban tres picos blancos:
Celebdil, Fanuidhol, Caradhras: las Montañas de Moria. De lo alto de la garganta
venía un torrente, como un encaje blanco sobre una larga escalera de pequeños
saltos y una niebla de espuma colgaba en el aire a los pies de las montañas.
—Allá está la Escalera del Arroyo Sombrío —dijo Aragorn apuntando a las
cascadas—. Tendríamos que haber venido por ese camino profundo que corre
junto al torrente, si la fortuna nos hubiese sido más propicia.
—O Caradhras menos cruel —dijo Gimli—. ¡Helo ahí, sonriendo al sol!
Amenazó con el puño al más distante de los picos nevados y dio media vuelta.
Al este el brazo adelantado de las montañas terminaba bruscamente y más
allá podían verse unas tierras lejanas, vastas e imprecisas. Hacia el sur las
Montañas Nubladas se perdían de vista a la distancia. A menos de una milla y un
poco por debajo de ellos, pues estaban aún a regular altura al costado oeste del
valle, había una laguna. Era larga y ovalada, como una punta de lanza clavada
profundamente en la garganta del norte; pero el extremo sur se extendía más allá
de las sombras bajo el cielo soleado. Sin embargo, las aguas eran oscuras: un azul
profundo como el cielo claro de la noche visto desde un cuarto donde arde una
lámpara. La superficie estaba tranquila, sin una arruga. Todo alrededor una
hierba suave descendía por las laderas hasta la orilla lisa y uniforme.
—El Lago Espejo, ¡el profundo Kheled-zâram! —dijo Gimli—. Recuerdo
que él dijo: « ¡Ojalá tengáis la alegría de verlo! ¡Pero no podremos demorarnos
allí!» Mucho tendré que viajar antes de sentir alguna alegría. Soy yo quien ha de
apresurarse y él quien ha de quedarse.
La Compañía descendió ahora por el camino que nacía en las puertas. Era
abrupto y quebrado y se convertía casi en seguida en un sendero y corría
serpenteando entre los brezos y retamas que crecían en las grietas de las piedras.
Pero todavía podía verse que en otro tiempo un camino pavimentado y sinuoso
había subido desde las tierras bajas del Reino de los Enanos. En algunos sitios