Page 75 - El Señor de los Anillos
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césped bajo la ventana, ¿no ve usted? —Tomó las tijeras y las mostró como una
prueba.
—No, no veo —dijo Gandalf ásperamente—. Hace rato que no oigo tus
tijeras. ¿Cuánto tiempo estuviste fisgoneando?
—¿Fisgoneando, señor? Perdón, no lo entiendo. No entiendo de qué me habla.
No hay nada de eso en Bolsón Cerrado.
Los ojos de Gandalf relampaguearon y las cejas se le erizaron como cerdas.
—No seas tonto. ¿Qué has oído y por qué has escuchado?
—¡Señor Frodo! —gritó Sam, temblando—. No le permita que me haga daño,
señor. No le permita que me transforme en un monstruo. Mi viejo padre me
rechazaría. ¡No quise hacer nada malo! ¡Se lo juro, señor!
—No te hará daño —respondió Frodo sofocando la risa, aunque asombrado y
algo confundido—. Él sabe tan bien como yo que no tenías malas intenciones.
Pero levántate y contesta en seguida.
—Bien, señor —dijo Sam, tembloroso—. Oí un montón de cosas
incomprensibles sobre un enemigo, anillos, el señor Bilbo, señor, dragones, una
montaña de fuego y… elfos, señor. Escuché porque no pude evitarlo, usted me
entiende; pero ¡el señor me perdone!, adoro esas historias y creo en ellas, contra
todo lo que Ted diga. ¡Elfos, señor! Me encantaría verlos. ¿Podría llevarme con
usted a ver a los elfos, señor, cuando usted vaya?
De repente Gandalf se echó a reír.
—¡Entra! —gritó, y sacando los brazos fuera levantó al asombrado Sam junto
con la azada, las tijeras de podar y demás y lo metió por la ventana,
depositándolo en el suelo—. Que te lleve a ver a los elfos, ¿eh? —dijo Gandalf,
observando de cerca a Sam, mientras una sonrisa le bailaba en la cara—.
¿Entonces oíste que el señor Frodo se va?
—Lo oí, señor y por eso me atraganté y usted parece que me oyó. Traté de
evitarlo, señor, pero no pude. ¡Estaba tan trastornado!
—No hay nada que hacer, Sam —respondió Frodo tristemente. Entendía de
pronto que el dolor de abandonar la Comarca sería mucho mayor que el de
despedirse de las comodidades de Bolsón Cerrado—. Tendré que irme, pero si tú
me aprecias de verdad —y aquí observó a Sam fijamente—, guardarás absoluto
secreto. ¿Entiendes? Si así no lo haces, o si repites una sola palabra de lo que aquí
has oído, espero que Gandalf te transforme en un sapo y luego llene de culebras
el jardín.
Sam se arrodilló temblando.
—Levántate, Sam —le ordenó Gandalf—. He estado pensando en algo mejor.
Algo que te cierre la boca y te castigue por haber escuchado: irás con el señor
Frodo.
—¿Yo, señor? —gritó Sam, saltando de alegría, como un perro al que invitan a
un paseo—. ¿Yo veré a los elfos y todo? ¡Hurra! —gritó, y de pronto se echó a