Page 15 - Edicion 811 El Directorio
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 Tierra y Luna ocuparan posicio- nes favorables. Eso sería a fina- les de diciembre. Era posible que el Apolo 8 orbitase la Luna por primera vez en plenas Navi- dades.
Aparte de toda la tensión del en- trenamiento y los preparativos para el viaje, Frank Borman tenía una preocupación adicio- nal. Ante el primer viaje hacia la Luna, todo el mundo esperaba que, como comandante, tuviese algunas palabras adecuadas a semejante hito histórico. Pero Borman era un piloto militar, no un experto en protocolo y no tenía la más remota idea sobre cómo salvar el compromiso.
Años atrás, Borman y Lovell ha- bían pasado dos interminables semanas a bordo de la Gemini 7. A su regreso al suelo, la NASA los había enviado en un viaje de relaciones públicas alre- dedor del mundo. Fueron acom- pañados por un periodista, Simon Bourgin, con el que esta- blecieron una excelente amis- tad. A él recurrió Borman en busca de ayuda.
Bourgin prometió colaborar y transmitió también el encargo a un colega, Joe Laitin. Con un añadido: el vuelo estaba casi ce- rrado y tendría apenas un par de días para escribir algo ade- cuado, sobre todo teniendo en cuenta la cercanía de Navidad.
Laitin volvió a su casa y esa misma noche se puso a teclear en su máquina de escribir. Sin mucho éxito. Santa Claus, Jingle Bells... todos los tópicos pasa-
ron por su cabeza y fueron des- cartados. La ocasión merecía algo más trascendente. Abrió una Biblia y empezó a buscar en el Nuevo Testamento y su narra- ción del nacimiento de Cristo. Pero tampoco encontró nada de su gusto.
Se había hecho de madrugada y el suelo estaba cubierto de pa- peles arrugados con otras tantas ideas descartadas. Intrigada, Christine, la esposa de Laitkin bajó a ver cómo iba el encargo. El periodista estaba al borde de la desesperación. “Bueno –dijo ella- es que estás buscando en el libro equivocado” y retrocedió las páginas hasta el comienzo del Génesis: “En el principio, Dios creó el cielo y la tierra...”
De repente, aquellas sencillas frases adquirieron todo el sen- tido que Laitkin andaba bus- cando. En pocos minutos las copió en una hoja que al día si- guiente pasaría a Bourgin y éste, a Borman. Escritas en papel ignífugo –todo a bordo de la nave debía serlo- los astro- nautas se las llevaron pegadas en la contraportada de uno de los manuales de vuelo. Y el 21 de diciembre, el Saturn 5 con tres tripulantes a bordo empren- día rumbo hacia la Luna.
El comienzo del viaje no fue agradable para Borman. La pri- mera noche, al no poder conci- liar el sueño decidió tomar un somnífero ligero. Quizás fue el efecto de la pastilla o simple- mente el síndrome de adapta- ción al espacio (que sufren casi la mitad de astronautas) el caso es que a las dos horas, se des- pertó con náuseas. Vomitó dos veces y sufrió un caso de dia- rrea, lo que dejó la atmósfera de la cabina en un estado poco agradable hasta que los astro- nautas pudieron recoger los res- tos flotantes con toallitas de papel. Pero el problema no se repitió.
Durante el viaje, Lovell realizó más de cincuenta mediciones de posición de estrellas utilizando el sextante de a bordo. Era un
mero ejercicio no estrictamente necesario, puesto que las esta- ciones de seguimiento y el cen- tro de cálculo de Houston monitorizaban el progreso de la nave. Pero esos ensayos de- mostraron que, en caso necesa- rio, la unidad inercial y el pequeño ordenador de a bordo podían establecer la trayectoria con la misma precisión. Un triunfo para el equipo del MIT que durante años había peleado para construir el primer compu- tador de vuelo en que se em- plearon circuitos integrados, una auténtica primicia en aquella época.
Tres días después de dejar la Tierra, el Apolo 8 disparó su motor de frenado para entrar en órbita alrededor de la Luna. Per- manecería allí durante diez re- voluciones y, como estaba previsto, durante la Nochebuena Borman, Lovell y Anders se tur- naron para leer el texto que lle- vaban preparado, mientras su cámara de televisión enviaba a la Tierra las imágenes de cráte- res y llanuras desfilando bajo su nave. Fue, probablemente, uno
Mundo
de los momentos más emotivos de todo el programa espacial.
Cuando el Apolo 8 cayó en el Pacífico el 27 de diciembre, traía consigo fantásticas imágenes de nuestro satélite, las primeras ob- tenidas directamente por tripu- lantes humanos. Y también, en uno de los magazines de pelí- cula, una foto que sería icónica: la Tierra azul alzándose sobre el desolado horizonte lunar a me- dida que el Apolo 8 progresaba en su órbita.
Nadie podía estar seguro en aquel momento, pero la carrera hacia la Luna había terminado. La Unión Soviética aún no dis- ponía de su nave de aterrizaje ni de un cohete fiable. Sus espe- ranzas de poder realizar, al menos, el primer viaje circunlu- nar, se habían desvanecido. Quedaba una último y desespe- rado intento por conseguir muestras de rocas mediante una sonda robot pero ese intento quedaba para unos meses en el futuro. Seis meses más, para ser exactos.
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   Edición 811 Del 21 al 27 de febrero del 2019
El Directorio Comercial Latino de Montreal 15
  















































































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