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LXXI
     SIEN EN
  se traduce en desorganización de la sintaxis, hiperbatos y encabalgamientos, esa huida hacia adelante y sensación vertiginosa la dicta el « Vanse » que abre la tercera estrofa, los extremos del goce y el dolor se tocan, eros y tanatos, los cuerpos se descomponen se difractan como pasados por la lengua cubista de los sentidos exacerbados, y en par- ticular del tacto, son las manos las creadoras y en combate.
El orgasmo es a la vez violento, inmediato y experiencia honda, la palabra se experi- menta en ese cruce. Como los cuerpos, se frotan los actos de habla (jirones de presen- cia) y una intensa figuración metafórica (que bucea en las profundidades semánticas). La analogía guerrera que se hila (« legión », « amazonas », « carros », « riendas », « po- los en guardia ») reúne las resistencias y tensiones de los cuerpos y de las palabras. Es más, muestra y hace presente el drama : a la vez la vivencia inmediata del orgasmo y su trasfondo existencial, la manera como afecta al ser : el espléndido zeugma (sostenido por el majestuoso alejandrino) « legión de oscuridades, amazonas de lloro », expresa el ingreso en lo verbalmente irrepresentable, energía de desposesión y disolución en lo informe (ser en un todo que te integra) y a la vez inevitable dispersión, a través de los plurales en contacto en medio del verso, bordes de los hemistiquios, plurales que amenazan y socavan el sentimiento y la experiencia de unidad que procura el orgasmo y encuentro erótico. Eso es lo que el poema (silenciosamente) en su composición fisica materializa, ya que de los dos primeros versos que componen la primera estrofa (figura dual de la unidad) se avanza hacia la cada vez mayor pluralidad, (2/4/6/7).
3. La unidad aunque fugaz es la experiencia central, profunda que emerje, se descubre como verdad en el poema. En la repetición del verbo « saber » se oponen la norma y el placer, el encabalgamiento abrupto separa (como a los amantes de la mirada enjuicia- dora de la colectividad) el verbo en ese otro sentido, el gustativo, el cual nos conduce a la unidad. Esta se presenta gozosa, con el adjetivo « suculenta », que difunde y redobla la intensidad de la [u] de « unidad » y la prolonga, la hace momentáneamente « lenta », retiene el tiempo, lo suspende, el adjetivo « suculenta » dirige nuestra atención hacia lo placentero de la nutrición, el orgasmo, como goce exuberante y colmador (por fin) que alcanza la palabra, ya que se desprende de ello el soberbio alejandrino (ya citado) en el verso siguiente, sensual y generoso en imágenes, a la manera modernista (el padre Darío nunca se alejará demasiado). La unidad (como lo dicen muchos otros poemas) para Vallejo solo puede verbalizarse y experimentarse a través de la semántica de la nutrición, sabemos del miedo al hambre del niño que fue César, del padecido por el pobre extranjero en París, del sufrido por los hermanos humanos y vivido como propio por el poeta. La unidad solo es formulable desde lo nutricio y más precisaente desde lo materno primordial. El poema en sus actos de habla se retrotrae a la niñez, al tiempo y placer de meriendas, a través de esta palabra, se confunden adrede dos ámbitos –el erótico-amoroso y el hogareño. El pasado asociado al espacio/tiempo de la infancia y de la madre nutricia (de amor) se entremezcla con el del goce con la amada. Podría has- ta decirse que la amada (su identificación como tal) es devorada, ingerida, subsumida por el yo, como sacrificada en el altar de la unidad. Hay una inversión del acto sexual, como si el sujeto desde una voracidad sexual y amorosa incorporara al tú.
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