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AMADÍS DE GAULA
ravillas que hí son, que yo allá voy, e soy fija del
gobernador que agora la insola tiene.
—¡Oh santa María! —dijo Amadís— ; por Dios,
muchas veces oí decir de las maravillas de esa inso-
la, et por dichoso me temía de las ver, e hasta agora
no se me aparejó.
—Buen señor, no os pese por lo haber tardado
—dijo ella—, que otros muchos tovieron ese deseo, e
cuando lo pusieron en obras no salieron de allí tan
alegres como entraron.
—Verdad decís —dijo él— , según lo que dende
he oído; mas decidme: ¿Rodearíamos mucho de
nuestro camino si por ende fuésemos?
—Rodearíades dos jornadas —dijo la doncella.
Entonces movieron todos cuatro juntos con la don-
cella camino de la Insola Firme.
El sabio Apolidón, hijo de un rey de Grecia, ha-
bía vivido allí largos años en la mayor felicidad, con
su esposa Grimanesa. Al cabo, siendo él elegido em-
perador, hubieron de dejar, con gran pena, la insola
en que tan dichosos habían sido, tan bellos edificios
habían hecho y tan grandes riquezas habían acumu-
lado; mas Grimanesa, habiendo gran mancilla que una
cosa tan señalada como lo era aquella insola, donde
tales y tan grandes cosas quedaban, poseída por
aquel su grande amigo, el mejor caballero en ar-
mas que en el mundo se hallaba, e por ella, que
por el semejante sobre todas las de su tiempo su
gran hermosura loada era; e junto con esto ser
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