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EL ARCO DE LOS LEALES AMADORES




                 CAPITULO SEGUNDO

              EL ARCO DE LOS LEALES AMADORES


        Volvamos ahora a Amadís y sus acompañantes
      que con la doncella y  el gobernador, que había sa-
      lido a recibirlos, se fueron al castillo por donde toda
      la insola se mandaba, que no era sino aquella en-
      trada, que sería una echadura de arco de tierra fir-
      me, todo lo al estaba de la mar rodeado, aunque en
      la insola había siete leguas en largo e cinco en an-
      cho; e por aquello que era insola, e por  lo poco
      que de tierra firme tenía, llamáronla Insola Firme.
        Pues  allí llegados, entrando por  la puerta,  vie-
      ron un gran palacio  las puertas abiertas e muchos
      escudos en  él, puestos en  tres maneras, que bien
      ciento dellos estaban acostados a unos poyos, e sobre
     ellos algunos estaban más altos, y en otro poyo sobre
     los diez estaban  dos, y  el uno  dellos estaba más
     alto que  el  otro más de  la meitad. Amadís  pre-
      guntó que por qué  los  pusieron  así,  e  dijéronle
     que así era la bondad de cada uno cuyos los escu-
     dos eran, que en la cámara defendida quisieron en-
     trar; e los que no llegaron al padrón de cobre es-
     taban los escudos en tierra y los diez que llegaron
     al padrón estaban más  altos, y de aquellos dos  el
     más bajo pasó por el padrón de cobre, mas no pudo
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