Page 99 - Libros de Caballerías 1879
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     EL ARCO DE LOS LEALES AMADORES


       —Hermano, no puedo excusar mi cuerpo de lo
      no poner en el peligro que los vuestros.
        Oalaor  lo  quisiera  detener, mas  él tomó presto
      sus armas e fuese adelante, rogando a Dios que le
      ayudase;  e cuando  llegó  al lugar defendido paró
      un poco e dijo:
       —¡Üh mi señora Orianal De vos me viene a mi
     todo el esfuerzo e ardimiento; membradvos, señora,
      de mi a esta sazón, en que tanto vuestra sabrosa
     membranza me   es menester.
        E luego pasó adelante, e sintióse  ferir de todas
      partes duramente, y llegó  al padrón de mármol, e
      pasando  del,  parecióle que  todos  los  del mundo
      eran a  lo  ferir, e  oia gran ruido de voces como
      si  el mundo se fundiese, e decían:
       —Si este caballero  tornáis, no hay agora en  el
     mundo otro que aquí entrar pueda.
        Pero  él con aquella cuita no dejaba de  ir ade-
     lante, cayendo a las veces de manos, e otras de ro-
      dillas;  e  la espada, con que muchos golpes  diera,
     había perdido de la mano, e andaba colgada de una
     correa, que no la podía cobrar; así llegó a la puer-
      ta de  la cámara e vio una mano que  le tomó por
     la  suya  e  lo metió  dentro,  e oyó una voz que
      dijo
       —Bien venga   el caballero que pasando de bon-
      dad a aquel que este encantamento  fizo, que en su
      tiempo par no tovo, será de aquí señor.
        Aquella mano le pareció grande e dura, como de

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