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EL ARCO DE LOS LEALES AMADORES
—Hermano, no puedo excusar mi cuerpo de lo
no poner en el peligro que los vuestros.
Oalaor lo quisiera detener, mas él tomó presto
sus armas e fuese adelante, rogando a Dios que le
ayudase; e cuando llegó al lugar defendido paró
un poco e dijo:
—¡Üh mi señora Orianal De vos me viene a mi
todo el esfuerzo e ardimiento; membradvos, señora,
de mi a esta sazón, en que tanto vuestra sabrosa
membranza me es menester.
E luego pasó adelante, e sintióse ferir de todas
partes duramente, y llegó al padrón de mármol, e
pasando del, parecióle que todos los del mundo
eran a lo ferir, e oia gran ruido de voces como
si el mundo se fundiese, e decían:
—Si este caballero tornáis, no hay agora en el
mundo otro que aquí entrar pueda.
Pero él con aquella cuita no dejaba de ir ade-
lante, cayendo a las veces de manos, e otras de ro-
dillas; e la espada, con que muchos golpes diera,
había perdido de la mano, e andaba colgada de una
correa, que no la podía cobrar; así llegó a la puer-
ta de la cámara e vio una mano que le tomó por
la suya e lo metió dentro, e oyó una voz que
dijo
—Bien venga el caballero que pasando de bon-
dad a aquel que este encantamento fizo, que en su
tiempo par no tovo, será de aquí señor.
Aquella mano le pareció grande e dura, como de
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