Page 112 - En el corazón del bosque
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zona en el sótano donde aprendió los rudimentos del alisado y el cepillado, el
labrado y el cincelado, la pintura y el diseño: todo lo necesario para fabricar sus
propios juguetes. Había llegado a hacerlo muy bien, además, y los vendía en los
festivales de primavera y en los distintos mercadillos de los alrededores.
En realidad, no fue hasta la mañana de su dieciocho cumpleaños, con la
llegada de la carta en que se le comunicaba que iba a heredar aquel sitio y todo
lo que contenía, cuando aquellos recuerdos revivieron de golpe. Sin embargo, la
herencia tenía una condición: que reabriera la tienda y continuara con el negocio
de juguetes y marionetas de madera. Ni plástico ni metal; sólo madera.
—Bueno, eso puedo hacerlo —comentó, encantado con aquel regalo
inesperado, pues trabajar como fabricante de juguetes había sido su intención
desde pequeño, y ahora contaba con el sitio perfecto para empezar.
La juguetería estaba cerrada cuando llegó, y al abrir la puerta con la llave,
despacio, reparó en que debería ponerle aceite para que no chirriara. Cuando
alzó la vista, la campanilla exhaló un profundo suspiro y profirió un tintineo
aparatoso. Noah sonrió, pensando que iban a tener que hablar un poco sobre su
actitud. No le sorprendió descubrir que el suelo y los mostradores tenían una
gruesa capa de polvo.
« Bueno, nada que una limpieza a fondo no pueda arreglar» , pensó, y se
dispuso a bajar los juguetes y marionetas de las estanterías para guardarlos bien
ordenados en la trastienda, iniciando así el proceso de devolverle a la juguetería
sus días de gloria y empezando su nueva vida como maestro fabricante de
juguetes.
Pasó allí el resto de sus días, por supuesto, feliz y contento, trabajando con
madera, formón y cepillo. Una vida llena de alegría, como deberían ser todas las
vidas. Y, a diferencia de su predecesor, jamás hizo un juguete que no se
vendiera, pues la Juguetería de Pinocho —conservó el nombre— no tardó en
convertirse en uno de los negocios de mayor éxito en ochenta kilómetros a la
redonda. De hecho, las únicas marionetas que nunca bajaron de las estanterías
con el paso de los años fueron las integrantes de aquel curioso grupo de
personajes que el padre del anciano, Gepeto, había tallado, y que le presentó
aquel lejano día en que se conocieron: la señora Shields, el señor Wickle, el
príncipe, el señor Quaker, el doctor Wings… Nadie las molestó nunca. Ningún
cliente las tocó en los estantes. Ningún visitante las miró siquiera. Era como si no
existieran. Pero Noah las conservó allí como recuerdo, porque pertenecían a un
día que no quería volver a olvidar nunca más.
De hecho, todo lo que el anciano había reunido seguía presente en la
juguetería la mañana en que llegó Noah, y cuidó y mimó cada pieza como si
fuese de oro. Con excepción de una. Una en la que Noah no había reparado la
primera vez que estuvo allí. Una solitaria marioneta de madera que había
permanecido sobre el mostrador cubriéndose de polvo durante los diez largos