Page 109 - En el corazón del bosque
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25. La última marioneta
      El anciano permaneció en el banco un rato más, pensando en lo ocurrido aquel
      día, y sólo se sintió listo para volver a la juguetería cuando pasaron por allí sus
      amigos, el perro salchicha y el burro.
        —¿El chico se ha ido a casa? —preguntó el chucho mirando alrededor—. Me
      pareció que acabaría haciéndolo.
        —Sí —respondió el hombre, y saludó con un ademán al reloj de cuco, que se
      cernía ahora en lo alto para hacerle saber que había transcurrido una hora más.
        —Nunca me he fiado de la gente que vive al otro lado del bosque —comentó
      el  burro—.  Me  parecen  bastante  desagradables.  He  ido  por  allí  unas  cuantas
      veces,  sólo  para  ver  cómo  era,  y  he  advertido  que  hacen  cosas  muy  raras.
      ¿Sabéis que una vez vi a una joven que paseaba con un labrador sujeto con una
      correa, como si fuera su dueña o algo así?
        —Sí,  tienen  costumbres  curiosas  —admitió  el  viejo—,  pero  no  todos  son
      malos.  Recordad  que  yo  mismo  viví  allí  antes.  Mi  padre  y  yo  teníamos  una
      casita, y desde la ventana de mi habitación veía extenderse el bosque ante mis
      ojos. No fueron malos tiempos, en realidad.
        —Sí,  pero  luego  vinisteis  a  vivir  a  nuestro  pueblo  —dijo  el  salchicha—.
      Fuisteis sensatos.
        —Fue  decisión  más  de  mi  padre  que  mía.  Aunque  me  alegro  de  que  nos
      trajera aquí.
        —¡Ji, jaaa! ¡Ji, jaaa! —exclamó el burro al oír eso.
        —Oh, no —contestó el viejo—. No, en eso no estoy de acuerdo contigo. Las
      cosas  habrían  sido  distintas,  desde  luego.  Pero  yo  no  habría  deseado  vivir  en
      cualquier otro sitio. Me ha venido bien esta vida en la juguetería. He sido feliz
      aquí. —Titubeó al llegar ante la puerta. Alzó la vista hacia el maltrecho edificio
      levantado con tanto amor por su padre, y sintió que los antiguos remordimientos
      volvían para atormentarlo.
        —¿Crees  que  regresará  algún  día?  —preguntó  el  salchicha,  volviéndose  un
      instante  cuando  ya  se  alejaba  trotando—.  Me  refiero  al  niño.  Al  menos  de
      visita…
        —Es posible —contestó el viejo con una sonrisa—. Si ha llegado una vez hasta
      aquí, ¿quién dice que no volverá a encontrar el camino? Buenas noches, amigos
      míos. Nos veremos mañana.
        Para  entonces  ya  era  casi  medianoche  y  se  sentía  cansado  tras  aquel  día
      agotador; nunca había disfrutado de compañía tantas horas en un solo día, y eso
      lo había dejado extenuado. Aun así, nunca pasaba una noche sin tallar un poco
      antes de acostarse, de modo que arrancó una rama del árbol de su padre —se
      desprendió con facilidad entre sus manos, como siempre sucedía— y cerró la
      puerta antes de bajar por las escaleras hasta el taller. Tras sentarse, empuñó un
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