Page 105 - En el corazón del bosque
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—No soy muy bueno en cálculo, aunque empezaba a mejorar. En el colegio,
      quiero decir. Mi profesor decía que empezaba a pillarle el truco, al menos a las
      fracciones  y  los  decimales;  me  temo  que  nunca  he  entendido  del  todo  la
      trigonometría.
        —Descuida,  la  trigonometría  tiene  la  misma  utilidad  para  un  niño  que  una
      bicicleta para un pez. De modo que yo en tu lugar no me preocuparía demasiado.
      Pero sí es importante que redactes bien, para escribirles cartas a tus proveedores.
        La  cabeza  de  Noah  bullía  de  ideas.  Miró  al  suelo  y  se  palmeó  las  rodillas
      mientras consideraba sus opciones.
        —Me pregunto… —empezó—. Si volviera a casa… bueno, si volviera a casa
      sólo una temporada… quiero decir, hasta que tuviera un par de años más. Hasta
      que hubiese mejorado en cálculo, por ejemplo.
        —Y en tu escritura —añadió el viejo.
        —Y en mi escritura —admitió Noah—. Entonces quizá podría convertirme en
      un artesano tan habilidoso como usted. ¡Y algún día abriría mi propia juguetería!
        —Es posible —repuso el viejo, deteniéndose en un cruce y respirando con
      dificultad—. Cosas más raras han pasado. En cierta ocasión, por ejemplo, vi a
      una  oruga  discutir  con  una  ballena,  y  ganar  la  disputa.  ¿Te  importa  si  nos
      detenemos aquí un momento? Estoy un poco cansado.
        —Claro  —repuso  Noah,  y  señaló  un  banco  a  sólo  unos  pasos—.  ¿Nos
      sentamos ahí?
        El anciano asintió con la cabeza y se dirigieron al banco.
        —Así está mejor —dijo con un suspiro—. Hacerse viejo es algo terrible. La
      mera  idea  de  que  yo,  el  más  grande  corredor  de  la  historia,  sea  incapaz  de
      caminar hasta el extremo de mi propio pueblo sin tener que hacer un alto es…
      bueno, algo que jamás habría imaginado que pudiera sucederme.
        Noah se volvió para mirarlo y titubeó, pues quería plantear adecuadamente
      su pregunta.
        —¿Piensa que…?
        —A veces, hijo mío. Cuando no puedo evitarlo.
        —No —dijo Noah—. Me refiero a si piensa que podría quedarme aquí con
      usted.
        —¿Dónde, aquí? —inquirió el hombre mirando alrededor—. ¿En un banco de
      un cruce? No me parece un plan muy sensato.
        —Aquí no. Me refiero a la juguetería. Me instalaría con usted y así podría
      enseñarme.  Yo  podría  aprenderlo  todo  sobre  carpintería  y  talla  de  madera,  y
      mantener la tienda abierta si le apetecieran unas vacaciones.
        —No tengo planes de tomarme más vacaciones —repuso el viejo sonriendo,
      y  le  dio  unas  palmaditas  en  la  mano—.  Mis  tiempos  de  viajero  han  quedado
      atrás, me temo.
        —Bueno, pues podría llevar la tienda por las noches. Cuando usted duerma.
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