Page 107 - En el corazón del bosque
P. 107

—¿Le gustaría que lo acompañara de vuelta a la juguetería? —preguntó—.
      Puedo hacerlo, si quiere.
        —No, no, muchacho —contestó el anciano—. Es muy amable por tu parte,
      pero me quedaré aquí un rato más para disfrutar del aire nocturno. Mi amigo el
      burro pasa por aquí casi cada anochecer en torno a esta hora. Supongo que no
      tardará; podremos charlar un poco antes de que me vaya a casa.
        —Muy bien, entonces —dijo Noah y le estrechó la mano—. Gracias por lo
      de hoy. Por el almuerzo, quiero decir. Y por haberme enseñado su juguetería.
        —De nada.
        —Bueno, será mejor que me vaya —añadió el niño, y se volvió en redondo.
        Salió  disparado  calle  abajo,  en  la  oscuridad,  y,  corriendo  deprisa,  se
      desvaneció en la noche.
        Noah Barleywater llegó a su casa ya entrada la noche, después de la puesta
      de  sol,  cuando  los  perros  ya  dormían,  después  de  que  el  resto  del  mundo  se
      hubiese ido a la cama.
        Corrió por el sendero de entrada, sin oír otra cosa que el chirriar de los grillos
      y  el  ulular  de  los  búhos,  y  alzó  la  vista  hacia  la  única  luz  encendida,  en  la
      habitación del piso de arriba, donde dormían sus padres. Se detuvo unos instantes
      y contempló la ventana, tragando saliva, nervioso, y se preguntó hasta qué punto
      se vería en problemas por haberse escapado, aunque en realidad no importaba; lo
      único importante era que no hubiese llegado demasiado tarde. Temiendo entrar
      en la casa por si había ocurrido lo peor, podría haberse pasado horas allí parado,
      en  la  fría  noche,  pero  la  puerta  de  entrada  se  abrió  y  apareció  su  padre,  que
      descubrió a su hijo solo en la oscuridad.
        —Noah —lo llamó.
        El niño se mordió el labio, sin saber qué decir.
        —Lo siento —susurró por fin—. No sabía qué hacer. Tenía miedo. Por eso me
      escapé.
        —Estaba preocupado por ti —repuso el padre, y no pareció enfadado, sino
      más  bien  aliviado—.  Iba  a  salir  en  tu  busca,  pero  de  algún  modo  sabía  que
      estabas a salvo.
        —No llego demasiado tarde, ¿verdad? —La respuesta a esa pregunta era lo
      que más temía—. ¿Todavía estoy a tiempo de…?
        —No llegas tarde —contestó su padre con una leve sonrisa—. Mamá aún está
      con nosotros.
        Noah suspiró aliviado y entró en la casa, pero, al hacerlo, su padre le apoyó
      las manos en los hombros y lo miró a los ojos.
        —Noah, ya no falta mucho. Lo comprendes, ¿verdad? Ya no le queda mucho
      tiempo.
        —Lo sé —repuso el niño, asintiendo con la cabeza.
        —Entonces, subamos —dijo el padre, y le rodeó los hombros con el brazo—.
   102   103   104   105   106   107   108   109   110   111   112