Page 103 - En el corazón del bosque
P. 103

24. Noah y el viejo
      —Ya sé qué viene después —intervino Noah, apartando la mirada y notando que
      el corazón le latía más rápido.
        —Sí, supongo que lo sabes —repuso el anciano, sentándose y sonriéndole, y
      sus dulces ojos hicieron que el niño se sintiera querido y a salvo—. ¿No crees que
      ya es hora de que te vayas a casa, de estar con tu madre mientras todavía puedas
      hacerlo?
        Noah  se  levantó.  Se  sentía  cansado  y  confuso.  Había  sido  un  día  lleno  de
      sorpresas y aventuras, toda clase de gente e incidentes inesperados, y la verdad
      era que nada deseaba más que contarle a alguien todas las cosas que le habían
      ocurrido. A alguien a quien quisiera.
        —Ojalá  pudiese  tener  una  juguetería  —comentó  al  cabo  de  unos  minutos,
      alzando  la  vista  con  expresión  emocionada—.  Creo  que  ha  de  ser  maravilloso
      trabajar en un sitio como éste.
        —Pensaba que querías ser astrónomo.
        —Sólo es una de las profesiones que estoy considerando. A lo mejor no es la
      adecuada  para  mí.  Lo  cierto  es  que  me  gustan  mucho  los  juguetes.  Y  la
      carpintería se me da bien. Así que quizá algún día pueda tener un trabajo como el
      suyo, ¿no cree?
        —Tal vez —admitió el viejo, volviéndose para echarle un vistazo a Alexander
      el reloj—. Caramba, se está haciendo tarde. Dentro de poco será hora de cenar.
        —Pero si acabamos de comer… —repuso Noah, convencido de que en ese
      momento no podía comer ni un bocado más, o explotaría.
        —Y  el  sol  ya  se  está  poniendo  —añadió  el  viejo  mirando  el  cielo  por  la
      ventana,  que  estaba  de  un  azul  oscuro  con  nubes  negras  en  el  horizonte—.
      Supongo que tendré que salir pronto a hacer ejercicio.
        —Entonces,  ¿todavía  corre?  —preguntó  Noah,  pues  mirando  al  anciano
      costaba imaginar que pudiese correr; para empezar estaba un poco encorvado, e
      incluso al subir y al bajar la escalera había ido muy despacio.
        —Claro  que  no  —contestó—.  Ahora  ya  no  podría.  Pero  me  gusta  salir  de
      paseo cada anochecer. Sólo por los alrededores del pueblo, nada más. Para que
      entre un poco de aire fresco en mis pulmones y la sangre siga circulando. Quizá
      te apetezca acompañarme esta noche.
        Noah consultó el reloj. Había decidido marcharse de casa y buscar un pueblo
      que le gustara, pero, ahora que había encontrado uno, no sabía qué hacer.
        —De  acuerdo  —contestó,  tomando  la  chaqueta  del  perchero,  que  se  le
      acercó en el momento preciso—. Supongo que también me vendrá bien un paseo
      después de este atracón de comida, pero luego me pondré en marcha.
        —Por supuesto —repuso el viejo, tomando a su vez el abrigo y la bufanda—.
      Gracias, William —le dijo al perchero, que inclinó la cabeza en que reposaban
   98   99   100   101   102   103   104   105   106   107   108