Page 98 - En el corazón del bosque
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buenos amigos.
        Noah no dijo nada, se limitó a señalar la siguiente marioneta en la pared.
        —Sí, ése es un tipo al que llamé el Tragafuego. No era un hombre agradable,
      en absoluto. Una vez trató de quemarme vivo. Y a su lado hay dos asesinos que
      intentaron matarme.
        —¿Qué es eso que llevan en las manos? —preguntó Noah, inclinándose para
      verlo mejor.
        —Un cuchillo y una soga. No sabían si matarme a cuchilladas o ahorcarme.
        —Desde luego, tuvo algunos enemigos en su juventud —comentó Noah con
      asombro.
        —Así  es,  aunque  no  sé  por  qué.  La  gente  se  volvía  contra  mí  por  alguna
      razón.
        —¿Y todas estas marionetas las hizo usted?
        —Todas y cada una de ellas.
        —Menuda tarea —suspiró el chico.
        —Permanecen así  para  siempre  —dijo el  anciano  con  una  leve sonrisa—.
      Una marioneta puede viajar y correr aventuras y nunca envejece un solo día.
      Un chico… un niño de carne y hueso envejece, y ante sí no tiene otra cosa que la
      muerte. —Hizo una pausa. Cuando volvió a levantar la vista, el niño lo miraba
      con  gesto  de  preocupación,  y  el  anciano  añadió  en  voz  baja—:  Nunca  debes
      desear ser otra cosa que lo que eres. Recuérdalo. Nunca debes desear más de lo
      que te hayan dado. Podría convertirse en la mayor equivocación de tu vida.
        Noah no supo qué significaban aquellas palabras, pero las guardó en un rincón
      de su mente, justo encima de la oreja derecha, seguro de que una parte de él
      querría recuperarlas algún día para pensar en ellas, y prefería tenerlas a mano
      cuando llegase ese momento.
        —¿Puedo contarle un secreto? —preguntó.
        —Claro.
        —¿No se lo dirá a nadie?
        —A nadie en absoluto.
        Noah  abrió  más  los  ojos.  ¿Qué  era  eso?  ¿Era  posible?  La  nariz  del  viejo
      estaba… ¿creciendo?
        —¡A una persona! ¡Sólo a una persona! —se apresuró a exclamar el hombre,
      apretándose la punta de la nariz con la palma de la mano, avergonzado—. A lo
      mejor se lo digo a una persona, pero sólo a una.
        Ante  esas  palabras,  la  nariz  pareció  retraerse  hasta  su  posición  normal,  y
      Noah parpadeó varias veces, no muy seguro de haber visto lo que creía haber
      visto, o de si se trataba de alguna clase de ilusión.
        —Tengo  un  amigo  —explicó  el  viejo  con  una  leve  sonrisa—,  un  cerdo
      bastante  mayor  que  vive  en  una  granja  cerca  de  aquí  y  al  que  visito  con
      regularidad, y compartimos nuestros secretos. ¿Te importaría si se lo contara? Es
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