Page 93 - En el corazón del bosque
P. 93

enfermedades infantiles—. Recibí su carta y he venido lo antes posible.
        —Ah, ya veo —dijo él, apartando la vista un instante y mordiéndose el labio
      —. Ni siquiera estaba seguro de que te llegara. Después de todo, has estado fuera
      mucho tiempo.
        —Sí,  me  entretuvieron  —expliqué  sin  ser  capaz  de  mirarlo  a  los  ojos,  tan
      avergonzado me sentía de mi egoísta conducta. Había tratado de ser un buen hijo,
      pero lo cierto era que los acontecimientos no habían cesado de impedírmelo.
        —¿Qué  te  entretuvieron?  —repitió  el  conejo,  frunciendo  el  entrecejo—.
      ¿Durante todos estos años, mientras tu padre se volvía más viejo y enfermizo?
      ¡Qué insólito, la verdad!
        —Lo siento —repuse mirando el suelo—. Pero he vuelto. ¿Cómo está él? ¿Se
      encuentra mejor? Ahora quiero quedarme y cuidarlo, de veras que sí. —Titubeé
      un instante cuando me pasó por la cabeza la peor posibilidad—. No estará… no se
      habrá…
        —¡Oh, qué pena! —dijo con tristeza el doctor Wings, negando con la cabeza
      mientras mordisqueaba una zanahoria—. Ojalá hubieses llegado hace una hora.
        —¡Lo  intenté!  —aduje,  empezando  a  sentir  agudas  punzadas  de  culpa—.
      Además,  ¿cómo  se  puso  tan  enfermo?  Estaba  bien  cuando  me  fui.  Se  hacía
      mayor, por supuesto, pero no tenía mala salud.
        El conejo me miró entornando los ojos, pensativo.
        —¿Cuánto tiempo crees que has estado fuera?
        —Varios meses, supongo —contesté, ruborizándome—. Pierdo la noción del
      tiempo muy fácilmente. Cuando uno está siempre corriendo, atraviesa muchas
      zonas horarias y nunca sabe del todo dónde se encuentra. O más bien cuándo se
      encuentra.
        —Muchacho,  eso  es  lo  más  ridículo  que  he  oído  en  mi  vida  —repuso  el
      conejo  mirando  las  ramitas  verdes  del  cabo  de  la  zanahoria  para  luego
      zampársela de un bocado—. Has estado fuera casi diez años.
        —¡No  puede  ser!  —exclamé,  y  consulté  el  reloj,  como  si  así  pudiera
      confirmar mi aseveración.
        —Te aseguro que lo es.
        —¿Quiere decir que me he perdido diez cumpleaños?
        —Te has perdido diez cumpleaños de tu padre —puntualizó el conejo—. Y
      durante todo ese tiempo, no habló de otra cosa que de ti. Seguía tus hazañas todas
      las semanas en los periódicos.
        —Nunca pretendí estar fuera tanto tiempo. Le prometí que volvería después
      de los Juegos Olímpicos.
        —Pero no volviste.
        —No —admití—, no volví. ¿Cómo enfermó?
        El doctor Wings esbozó una sonrisa comprensiva y negó con la cabeza.
        —Muchacho,  se  hizo  viejo,  eso  fue  todo.  Tu  padre  era  un  hombre  muy
   88   89   90   91   92   93   94   95   96   97   98