Page 5 - Sermon 21
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dijo él tal cosa? ¿Dónde? ¿En el discurso mismo? No, aquí no se encuentra la más mínima indicación de tal cosa. ¿Lo dijo en alguna otra parte? ¿En alguno de sus otros discursos? No encontramos, en todas las palabras que habló, ni siquiera una mención indirecta de esto, a las multitudes o a sus discípulos. ¿Alguno de los apóstoles, o algún otro escritor inspirado, ha dejado alguna instrucción? Nada de eso. Ninguna afirmación de esta clase se encuentra en los Oráculos de Dios. Entonces, ¿quiénes son pues, esos personajes mucho más sabios que Dios, que saben más que lo que está escrito?
Tal vez dirán que lo razonable del asunto mismo requiere que se haga dicha modificación. Si es así, debe ser por una de estas dos razones: o bien porque sin tal restricción el discurso sería absurdo, o bien porque contradiría otras partes de la Escritura. Pero no es éste el caso. Se verá claramente, cuando pasemos a examinar sus peculiaridades, que no hay nada absurdo en aplicar todo lo que el Señor dijo en este discurso a toda la humanidad. Tampoco se puede inferir contradicción alguna a otra palabra que él pronunció, ni a ninguna otra parte de la Escritura. No, se verá además que el discurso se aplica a toda la humanidad en general, o no se aplica a nadie. Sus palabras están conectadas unas con otras, como las piedras en un arco, del cual no puedes quitar una sola piedra sin destruir toda la estructura.
Consideremos, finalmente, cómo enseña nuestro Señor en esta ocasión. Y, en verdad, todo el tiempo, particularmente en éste, él habló como ningún hombre ha hablado. No como los santos de antaño, aunque ellos también hablaron inspirados por el Espíritu Santo. No como Pedro, o Santiago, o Juan o Pablo. Ciertamente, ellos fueron sabios edificadores en su iglesia. Pero, aun en este caso, en relación con los grados de sabiduría divina, el siervo no es como su Señor. No, no lo es en sí mismo, ni en tiempo alguno, ni en ocasión alguna. No parece que en ningún otro tiempo u ocasión, se haya propuesto el Señor mostrar todo el plan de su religión o darnos una descripción detallada del cristianismo, o describir pormenorizadamente la naturaleza de esa santidad, sin la cual nadie verá al Señor. Sin duda, en millares de ocasiones describió
diversos aspectos de ello; pero nunca, sino aquí, dio Jesús con toda intención una visión general del todo. No tenemos nada como esto en toda la Biblia, excepto que alguien pudiera señalar ese breve bosquejo de santidad entregado por Dios a Moisés en el Monte Sinaí, en diez palabras o mandamientos. Pero aun aquí existe una gran diferencia entre lo uno y lo otro. Porque aun lo que fue glorioso, no es glorioso en este respecto, en comparación con la gloria más eminente.
Sobre todo, ¡con qué amor maravilloso revela aquí el Hijo de Dios la voluntad de su Padre para la humanidad!
No nos trae de nuevo al monte...que ardía en fuego, a la oscuridad, a las tinieblas y a la tempestad. No habla como cuando envió saetas, y los desbarató; y echó relámpagos y los destruyó. Ahora nos habla con su voz apacible y delicada. Bienaventurados (o felices) los pobres en espíritu. ¡Felices los que lloran, los mansos; los que tienen hambre y sed de justicia; los misericordiosos, los puros de corazón! ¡Felices al final del camino y en el camino; felices en esta vida y en la eterna! Como si hubiera dicho: «¿Quién desea vivir y codicia días buenos? ¡He aquí,