Page 7 - Sermon 21
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espíritu». No dice que son pobres en las cosas exteriores (porque es muy probable que algunos de ellos estuvieran tan lejos de la felicidad como un rey en su trono). Dice más bien «los pobres en espíritu», aquellos que, sin importar las circunstancias exteriores, tienen esa disposición del corazón, que es el primer paso para alcanzar una felicidad real y verdadera, tanto en este mundo como en el por venir.
Algunos han creído que «pobres en espíritu» se refiere a aquellos que aman la pobreza, que están libres de codicia y amor al dinero; que temen la riqueza en lugar de amarla o desearla. Probablemente tales personas han sido llevadas a pensar de esta manera por limitar su pensamiento únicamente al significado del término, o al considerar la seria afirmación de San Pablo: «raíz de todos los males es el amor al dinero». De aquí que muchos se hayan despojado, no únicamente de sus riquezas, sino de todas sus posesiones materiales. Los votos de pobreza voluntaria en la Iglesia Romana aparentemente se originaron en este versículo, dándose por sentado que una forma tan notable de esta gracia fundamental debe constituir un gran paso hacia el reino de los cielos.
Pero parece que estas personas no observaron, primero, que la expresión de San Pablo debe entenderse con cierta restricción, pues de otra manera es falsa. El amor al dinero no es la raíz— la única raíz—de todos los males. Existen miles de otras raíces del mal en el mundo, como lo demuestra la triste experiencia cotidiana. Su significado puede ser únicamente: es la raíz de muchos males, tal vez de mayor número que los que cualquier otro vicio pueda producir. En segundo lugar, este sentido de la expresión «pobres de espíritu» no va de acuerdo, en ninguna manera, con el propósito de nuestro Señor en esta ocasión, que consiste en establecer el fundamento sobre el cual el cristianismo pueda construirse. Ese plan no podría llevarse adelante con sólo evitar un vicio en particular. Así que, aun suponiendo que esta interpretación fuera parte de su significado, no puede ser todo su significado. En tercer lugar, esto no puede suponerse como parte de su significado, a no ser que le acusemos de flagrante tautología, puesto que si la pobreza de espíritu consistiera en no tener codicia, amor al dinero o deseo de riquezas, coincidiría con lo que menciona después. Sería tan sólo una parte de la pureza de corazón.
Entonces, ¿quiénes son los pobres en espíritu? Sin duda, los humildes, los que se conocen a sí mismos, los que están convencidos de pecado, aquellos a quienes Dios les ha dado ese primer arrepentimiento que precede a la fe en Cristo.
Una de estas personas no puede decir: «Yo soy rico, no me hace falta nada», porque ahora sabe que es un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo. Está convencido, ciertamente, de que es espiritualmente pobre, que no hay nada bueno en él. En mí, dice, no hay nada bueno, y todo lo que hace es abominable. Tiene un profundo sentido de la asquerosa lepra del pecado, que trajo consigo desde el vientre de su madre, del que está saturada toda su alma y que corrompe por completo todas y cada una de sus facultades. Ve cada vez más y más las malas intenciones que surgen de esa raíz pecaminosa: el orgullo y la soberbia de espíritu, la constante inclinación a pensar de sí mismo más alto de lo que debiera pensar; la sed de la honra y estima de los demás; el odio o la envidia, el celo o la venganza; el enojo, la malicia o amargura; la






























































































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