Page 8 - Sermon 21
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innata enemistad contra Dios y la humanidad que aparece en diez mil formas diferentes; el amor al mundo, la propia voluntad, los torpes y dañinos deseos que penetran a lo más profundo del alma. Está consciente de cuán profundamente ha ofendido con su lengua. Si no con palabras soeces, inmodestas, falsas y carentes de bondad, sí lo ha hecho por una conversación no buena para la necesaria edificación, ni que da gracia a los oyentes.
Consecuentemente, fueron palabras corrompidas ante la presencia de Dios y contristaron al Espíritu Santo. Igualmente, sus malas obras están siempre ante su vista. Le es imposible contarlas, porque no pueden ser enumeradas. Más fácil le sería contar las gotas de la lluvia, las arenas del desierto o los días de la eternidad.
Su culpa está también delante de su rostro. Conoce el castigo que merece por su mente carnal, por la entera y completa corrupción de su naturaleza y, mucho más, por razón de sus muchos malos deseos y pensamientos, de sus palabras y acciones pecaminosas. No duda por un momento que el menor de éstos merece la condenación del infierno el gusano que no muere y el fuego que nunca se apaga. Sobre todo, la culpa de no creer en el nombre del unigénito Hijo de Dios descansa pesadamente sobre él. «¿Como», dice, «podré escapar, si descuido una salvación tan grande?» El que no cree, ya es condenado, y la ira de Dios está sobre él.
¿Qué dará él en cambio por su alma que ha perdido ante la justa venganza de Dios? Con qué se presentará delante de Dios? ¿Cómo le pagará lo que le debe? Si de este momento en adelante cumpliera en forma perfecta cada uno de los mandamientos de Dios, esto no bastaría para borrar uno solo de sus pecados o uno de sus actos de desobediencia, siendo que debe a Dios todos los servicios que puede hacer desde este momento y por toda la eternidad. Aun si pudiera llevar a cabo esto, no satisfaría por todo lo que debió haber hecho en el pasado. Se ve a sí mismo completamente incapaz de expiar sus pecados pasados; incapaz de pagar a Dios en rescate por su alma.
Sabe muy bien que si Dios le perdonara todo lo pasado, bajo la condición de que no pecara más, y que en el futuro obedeciera entera y constantemente todos sus mandamientos, de nada le serviría, porque nunca podría cumplir esta condición. Sabe y siente que no puede obedecer los mandamientos externos de Dios, puesto que la obediencia es imposible mientras su corazón permanezca en su naturaleza pecaminosa y corrompida. El árbol malo no puede dar buenos frutos. Pero no puede limpiar un corazón pecaminoso; para el humano tal cosa es imposible. De manera que está completamente perdido y no sabe cómo principiar a caminar en el camino de los mandamientos de Dios. No sabe cómo dar un paso adelante en el camino. Rodeado de pecado, dolor y temor, sin encontrar forma de escapar; lo único que puede hacer es exclamar: «¡Señor, sálvame, porque perezco!».
La pobreza de espíritu, entonces, ese primer paso que damos para correr la carrera que tenemos por delante, es la conciencia viva de nuestros pecados interiores y exteriores, de nuestra culpa e impotencia. Algunos se han atrevido a llamar a esto la «virtud de humildad», enseñando de esta manera que debemos estar orgullosos por el hecho de que saber que





























































































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