Page 9 - Sermon 21
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merecemos condenación. Pero la expresión de nuestro Señor es muy diferente, comunicando al oyente únicamente la idea de necesidad, pecado, pecado descubierto, culpa y miseria.
El gran Apóstol, en un pasaje donde se esfuerza en traer los pecadores a Dios, habla en una forma semejante:
«La ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres», responsabilidad que inmediatamente coloca sobre el mundo pagano, probando que están bajo la ira de Dios. A continuación muestra que los judíos no eran mejores que los paganos y que caían, entonces, bajo la misma condenación. Y todo estocon el fin de alcanzar «la noble virtud de la humildad», para que toda boca se cierre y todo el mundo sea culpable delante de Dios.
Luego procede a mostrar que sus lectores estaban desamparados y eran culpables, lo cual es claramente el propósito de todas esas expresiones: «Por las obras de la ley ningún ser humano será justificado»; «pero ahora, aparte de la ley, se ha manifestado la justicia de Dios»; «Concluimos, pues, que el hombre es justificado por la fe sin las obras de la ley». Todas estas expresiones tienden a un mismo punto: apartar del varón la soberbia; humillarlo hasta el polvo, sin enseñarle a reflexionar sobre su humildad como virtud; inspirar en él la completa y dolorosa convicción de su completa pecaminosidad, culpa y desamparo, que arroja al pecador, despojado de todo, perdido y destruido, en los brazos de su protector, Jesucristo el justo.
No puede uno menos que observar aquí que el cristianismo principia donde la moral pagana termina: en pobreza de espíritu, convicción de pecado, renuncia de nosotros mismos, no teniendo nuestra propia justicia.
Este es el primer punto en la religión de Jesucristo, que deja muy atrás a todas las religiones paganas. Esto siempre estuvo escondido a los sabios del mundo, ya que en latín, aun durante su gran desarrollo durante la era de Augusto, no se encuentra la palabra humildad (la palabra humilitas, de donde se deriva la palabra humildad, significa, como es bien sabido, otra cosa muy diferente), ni se encontraba en la rica lengua de Grecia, hasta que el Apóstol la inventó.
¡Oh, que podamos sentir lo que esos escritores no pudieron expresar! ¡Pecador, despierta! ¡Conócete a ti mismo! Conoce y siente que en maldad has sido formado, y en pecado te concibió tu madre, y que tú mismo has estado acumulando pecado sobre pecado desde el momento en que fuiste capaz de discernir entre lo bueno y lo malo. Humíllate bajo la poderosa mano de Dios, como merecedor de la muerte eterna. Desecha, renuncia, aborrece toda imaginación de que te puedes ayudar a ti mismo. Que tu esperanza sea ser lavado en su sangre y renovado por el poderoso Espíritu de quien llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero. Entonces testificarás: «Bienaventurados son los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.»
Este es ese reino de los cielos o de Dios que está entre nosotros: justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo.
¿Y qué es justicia sino la vida de Dios en el alma, la mente que hubo en Cristo Jesús, la imagen de Dios estampada en el corazón, ahora renovada a la semejanza de quien lo creó? ¿Qué otra


























































































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