Page 16 - Nuestras Guerras
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MANOLO. Sí. Esa sí que es una historia de desarraigo. Como también la de los niños que se fueron a Rusia.
PABLO. Pero, ¿tu padre echó raíces..?
MANOLO. Decía que España era la tierra de sus mayores, pero que él cada vez se sentía más de la tierra de sus menores.
PABLO. ¿Y tú?
MANOLO. Yo, desde luego, soy mexicano. Sin ninguna duda. Pero también de allá. Es difícil explicarlo. Los hijos del exilio que conozco no podemos dejar de sentirnos españoles. Aunque a lo mejor de otra España, la de bandera rojo, amarillo y morado, y el Himno de Riego. Acepto y creo en la democracia española actual, pero sus símbolos no corresponden a los míos. Mi tierra natal española fue el exilio y la concreta, la propia es México. Ser refugiado es también una nacionalidad. Refugiado en la patria propia.
PABLO (tras pausa). Cuéntame de tu padre. ¿Murió triste?
MANOLO. Mi padre, no. Yo sí. Yo no he podido perdonarme. Estaba fuera, de farra, la noche en que vinieron por él y apenas llegué cuando ya estaban las ambulancias. Mi madre, heroica siempre, cargó con todo. Apenas pude aclararme para subir con él hacia el hospital. Y estoy seguro de que no perdía el sentido sólo para verme y sonreírme, pero ya casi no pudo hablar. Mi madre aseguraba que ya no habló, pero yo, en cambio, creo que sí. No sé si fue parte de la borrachera, porque mi madre me aseguraba no haberlo oído. Pero me dijo: “Qué viejo estás muchacho, qué decrépito”. Yo todavía no cumplía los veinticuatro. (Pausa breve) En fin, cosas de viejos y rotos violines, como el gran poema de León Felipe.
PABLO. O del mucho tiempo que llevamos todos sin dormir.
MANOLO (tras pausa). Y tu padre, ¿murió triste?
PABLO. Vaya que sí, coño. Si murió antes de Franco. Y sin poder hablar en España, como después lo hemos hecho, a todo pulmón. Sin señalar los lugares de los fusilamientos de sus camaradas. Ni a mí me los dijo y sé bien que los tenía en la memoria, uno por uno. Sin poder acusar a todos lo hijos de puta. Sin decirme, siquiera a mí, cada uno de esos nombres en particular. Incluso de parientes. (Breve pausa) Tú no oíste a tu padre por.., por lo que fuera.., pero yo no creas que le he oído más que tú. Y mi padre no pudo oírme a mí como hablo ahora, porque yo no me atreví a decir lo que pensaba.
MANOLO. Cuanto silencio, ¿verdad?
PABLO. Cuanto exilio y cuanta posguerra. Para los que no vivimos la del 36, esas dos son nuestras guerras.























































































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