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EL PRIMER CONTACTO CON LA MUERTE



                  En Medicina siempre existen las primeras veces. Por carismático que
               se escuche, se vive la primera experiencia atendiendo un parto, la primera
               vez que se recibe el agradecimiento por sanar a un enfermo o, por hacer
               el papel de padre, alimentando a los neonatos y de igual manera, surgen
               las primeras ocasiones que no son tan alegres, entre ellas la primera vez
               colindando con la muerte.
                  Era una guardia ordinaria en mi vida de Interno Rotativo de Medicina.
               Pasaba en ese entonces en la emergencia pediátrica, laborando como de
               costumbre, sin imaginar que aquel día traería un cúmulo de vivencias que
               me harían comprender una de las experiencias médicas incontenibles,
               que lleva un abismo de conocimientos y que puede ser impredecible.
                  Dicen que los recuerdos son efímeros, pero hay algunos que quedan
               firmes en la memoria porque son aquellos que marcaron la vida; en efecto,
               esta historia guarda una infinidad de ellos, que marcaron la mía. La misma
               empieza con el ingreso de un paciente pediátrico en aquella guardia, un
               lactante de tres meses, aproximadamente, entraba por la puerta de una
               atestada emergencia en un hospital de Quito. El protocolo fue el habitual,
               realizando el ingreso de un niño con disnea, o dicho de manera coloquial,
               con dificultad para respirar. Rememora en mí aquella madrugada, porque
               fue después de un corto, pero placentero momento de sueño, cuando me
               reincorporé para ayudar al ingreso del pequeño que, después de algunas
               pruebas, pasó a hospitalización para monitoreo y pauta de tratamiento
               ante la patología inicialmente prevista.
                  Después del procedimiento y exámenes realizados, se trató al niño
               como un Síndrome Coqueluche o infección por Bordetella pertussis; la
               famosa Tosferina. Para ello dosis necesaria de antibióticos, junto a te-
               rapia antipirética y antiinflamatoria con el objetivo de terminar rápida-
               mente con el cuadro. Más allá del aspecto clínico-terapéutico de los acon-
               tecimientos, mi punto al contar esta historia tiene por objeto el aspecto
               humano. En esencia, estaba allí a mis 23 años, conociendo la historia de
               unos padres jóvenes y primerizos, que llevaban a su retoño con alguna
               enfermedad respiratoria hasta las instancias hospitalarias, evidenciando
               su preocupación, ansiedad y miedo, como cualquier humano cargado de
               sentimientos.
                  A diario hice seguimiento de mi paciente en su transitar por hospi-
               talización, y resultaba muy duro saber que su condición empeoraba. Es
               común vivir incontables momentos de preocupación por los pacientes y
               este para mí resultó especial, puesto que aquel niño que parecía tener una
               infección aguda se agravaba sin responder a los cambios de tratamiento,
               al punto de generar un cuadro de sepsis, complicando aún más su proceso.

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