Page 152 - COLECCION HERNAN RIVERA MAS DOS CUENTOS
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campamento —a esas horas todavía solitarias y
cubiertas de la apestosa neblina de polvo—, en donde
recién a media mañana, ya con el sol carajo de la
pampa picando como sólo pica el carajo sol de la
pampa, el boliviano del Copacabana se dignó a
destrancar las puertas y a confiarle hasta el jueves, sin
falta, paisa, usted sabe, ese urgentísimo litro del
Sonrisa de León que, ahora, escanciada ya la mitad de
la botella, viene en dejar sobre la untuosa plancha de
zinc del mesón, acodándose y acomodándose no para
oír mejor, sino para sentir mejor —lo sentimental no se
lo quita nadie— esa canción ranchera que tanto le
gusta y que sabe es la penúltima de la cara A de ese
long play que le costó un triunfo hacer que el
altiplánico ranfañoso de mierda lo tocara, long play
cuya carátula magnífica, a todo color, una noche de
borrachera le pelara sin asco al mismo boliviano
macuco, que tiene pegada en una de las paredes de su
camarote de viejo solo (de viejo botado y puñetero,
como lo joden en los bochinches de borrachos, tratando
de hacerlo enojar, los borrachos casados y con más
cachos que un camal, como contraataca él, incisivo), y
que conserva colocada junto con la estampa de Miguel
Aceves Mejía a caballo, entre ese verdadero catálogo
de monas peladas, tijereteadas libidinosamente, de
Pingüinos y Viejos Verdes, que cubre las paredes de su
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