Page 36 - COLECCION HERNAN RIVERA MAS DOS CUENTOS
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He aquí que algo estremece de súbito al Escritor de
Epitafios, un soplo de aire o de luz, algo apenas
perceptible, apenas terrenal, pasa a través de su
cuerpo haciéndolo sentir liviano, ingrávido, etéreo (si
tuviera que explicárselo a un gentil, diría que es como
si de pronto sus zapatos soltaran amarras), y ahí, en la
mesa del café, circundado de conversaciones
prosaicas, mientras su té se enfría irremediablemente,
es invadido por una sensación que vuelve sus huesos
fosforescentes, que le convierte el mundo en un
calidoscopio alucinante (como si los ojos se le
facetaran, le diría al gentil, se le hicieran giratorios y
vieran hacia todos lados a la vez, como los insectos).
El universo resplandece ante él con una intensidad
nueva, cada objeto cobra una importancia cósmica —
un grano de azúcar es una montaña nevada y el
azucarero de metal sobre la mesa, un astro con luz
propia—, y en la cotidiana luz de mediodía,
transfigurado de asombro, la eternidad se le manifiesta
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