Page 40 - COLECCION HERNAN RIVERA MAS DOS CUENTOS
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concentrado en sus arcanas reflexiones. O simplemente
observando el ir y venir de la gente con una unción
sacramental, mientras toma nota y bebe de su té con la
parsimonia de un condenado a la eternidad. Uno de sus
axiomas recurrentes es que las personas, como los
cometas, van dejando una estela a su paso: estelas
luminosas, estelas oscuras, estelas leves como velos,
recargadas como colas de pavo real. Estelas que nacen
desde la expresión del rostro de cada uno.
«El rostro de uno es el rastro de uno», termina
musitando con su voz pedregosa. Luego, agrega que el
verso pertenece a Jaime Cevallos, un poeta iquiqueño y
traslúcido, y que el muy ángel tuvo que haberlo escrito
en una mesa de café.
Cuando, sorprendido en alguno de sus momentos de
reflexión —el codo apoyado en la mesa, la mano
sosteniendo la barbilla—, se le pregunta en qué está
pensando, el Escritor de Epitafios —con sarcasmo de
creyente o piedad de incrédulo— responde que en el
misterio insondable de la existencia o no existencia de
Dios. Para luego añadir, en un ligero dejo
contemplativo, que ambas alternativas le parecen igual
de sorprendentes y maravillosas.
Ante el reclamo irónico de sus amigos, los artistas,
de que un ángel no tiene derecho a dudar de la
existencia divina, él responde parsimonioso que los
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