Page 98 - COLECCION HERNAN RIVERA MAS DOS CUENTOS
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Tal vez esta historia debiera comenzar contando que
Fernando Noble era el mejor bailarín que se vio nunca
por estas comarcas desérticas. Pero no, por donde
verdaderamente se tiene que comenzar es diciendo que
Fernando Noble era feo.
Feo de solemnidad.
Es que, a decir verdad, antes que bailarín o que
cualquier otra cosa, Fernando Noble era feo. Feo a
secas. No tenía cara de caballo ni de mala noche.
Tampoco se podía decir de él que era «más feo que la
muerte del palanquero», como se decía en la pampa de
alguien feo. Él era feo y punto. No en vano su apodo:
el Feo. Si hubiera que buscar un símil de su fealdad se
tendría que acudir (la primera que lo hizo fue una
estudiante que el Feo conoció poco antes de su
tragedia) a esas inescrutables esculturas de piedra de
Isla de Pascua, que no se sabe si expresan la fealdad
autóctona de los antepasados isleños o la belleza
extraterrena de sus dioses incomprensibles.
¿Que si la escarapela de su apodo se la prendieron
aquí o ya venía condecorado de afuera? Eso nadie lo
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