Page 181 - El manuscrito Carmesi
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Antonio Gala             Descargado de http://www.LibrosElectronicosGratis.com/  El manuscrito carmesí

               nombrado visir, a los castillos de Vélez, de Almogía y de Málaga para informarles sobre mis
               tratados de paz con Fernando y sobre cómo provocaríamos su enojo si no nos ateníamos a
               ellos.  Málaga y  Almogía se adhirieron a mí.  No así  Vélez, cuyo alcaide era  Abul  Kasim
               Benegas, el que fue mi maestro de política.
                     —Un traidor siempre cuenta con la traición de los otros. Di a tu amo que recuerde mis
               lecciones.
                     Ojalá su padre hubiese hecho caso de los astros —fue la respuesta de Benegas.
                     Con cuánta frecuencia he visto desde entonces que los gobernantes se dejan llevar
               por la obstinación de sus súbditos que, desatada, ya es imposible de embridar. Con cuánta
               frecuencia  he visto desde entonces que aquello que uno desea se desborda  a menudo
               hasta volverse irreconocible; que la pasión que en frío suscitamos llega a poseernos con
               mayor delirio que si hubiese sido auténticamente sentida; que, como la luz reflejada en un
               espejo, nos deslumbra aquella luz que nosotros encendimos para  que los demás, no
               nosotros, la contemplasen.
                     Eso es lo que le ocurrió a mi tío “el Zagal”. Acaso habría podido evitarse si los dos nos
               hubiésemos entrevistado a solas, sin la virulencia de quienes llamábamos por  separado
               nuestros.

                     Ante la negativa de Vélez a incumplir sus compromisos con “el Zagal”, el rey Fernando
               se puso en marcha hacia allí y lo sitió:
                     Vélez sería la antesala de Málaga. Era el 10 de abril de 1487.
                     Cuando llegó el aviso a Granada, “el Zagal” juntó a las gentes que había aliado contra
               mí, su pacto exigía un cumplimiento más arriesgado y más rápido de lo previsto.
                     Les pidió parecer, y decidieron ir en socorro de Vélez en virtud de lo concertado unas
               semanas antes.
                     Mandó mi tío al alfaquí mayor que tomaran en sus manos el tahelí con el Corán, y les
               habló a los alcaides:
                     —Jurad por las palabras aquí escritas que ninguno de vosotros, ni los presentes ni los
               ausentes, en tanto que yo llevo a nuestros hermanos este socorro, haréis nada, ni diréis, ni
               os aconsejaréis en nada que vaya contra el  servicio de  mi causa y en pro de  la de mi
               sobrino.
                     Y salió de  Granada, donde dejó una escasa  guarnición,  el día 19  de abril.  Cuando
               avistó Vélez, el sitio cristiano se había afirmado por tierra y mar. Acampó en el castillo de
               Ben Tomiz. Le urgía despachar el combate y regresar; en consecuencia, atacó sin dilación
               al enemigo. Por entre los viñedos, verdes todavía, clamorearon sus gritos de guerra.
                     Entretanto yo, sin apenas verter sangre, me adueñé de Granada.
                     Fue la mañana del 29 de abril.
                     Un moro viejo, escrofuloso y pordiosero, que  vendía perfumes a las mujeres en la
               entrada de los baños públicos de arriba, se subió a la torre de la cercana Puerta Mazdal, y
               se encerró en ella. Puede que estuviera pagado por uno de los míos: he dejado de creer en
               la gratuidad de los gestos. Ya en lo alto, el viejo se quitó la toca de la cabeza, la desenrolló,
               la ató en el bastón en que se apoyaba, y comenzó a vocear:
                     —¡Dios salve a Boabdil!
                     ¡Dios Salve al hijo de Muley Hasán! Él es quien mirará por nosotros. No le seamos
               desleales.
                     ¡Dios nos lo salve!
                     A sus voces respondieron otras, y surgieron llamadas y reproches de azoteas y de
               murallas, hasta alcanzar mis propios oídos en el Albayzín. No me costó mucho persuadir a
               los ciudadanos granadinos, que estaban indefensos, de  que abrazaran mi causa.  Me
               apoderé del talismán que es la Alhambra, y me convertí en el único sultán de Granada. Fue
               una mañana triste, a pesar de las albórbolas con que mis fieles quebraban y estremecían la
               purísima luz de los jardines. A las puertas del palacio de Yusuf me aguardaba, como si lo

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