Page 182 - El manuscrito Carmesi
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Antonio Gala             Descargado de http://www.LibrosElectronicosGratis.com/  El manuscrito carmesí

               hubiese convocado, el eunuco  Nasim; me saludó con la misma sonrisa con que lo vi la
               madrugada en que salí para Lucena. Se interesó por Moraima y mis hijos. Me mostró las
               alcobas aderezadas, las albercas limpias, los  baños impacientes  por  ser usados.  No era
               preciso aludir a sus opiniones, ni a su pertenencia a bando alguno. Él, entre mi tío y yo, no
               había elegido; no tenía por qué:  su puesto era la  Alhambra; su fidelidad, hacia ella; sus
               desvelos, para quien la ocupara.
                     Cuando la nueva lo alcanzó, el ejército del “Zagal” aflojó en el combate y, antes de que
               la acción se generalizase, retrocedió en desorden. Los cristianos, que habían levantado el
               asedio para ir contra él, lo reanudaron con más ímpetu y, después de tomar por asalto el
               arrabal, lo estrecharon definitivamente.  El ejército de mi tío fue disuelto; los  soldados
               regresaron a sus casas, dando a  Vélez por perdido.  Los sitiados, ante la resolución del
               enemigo de entrarles por la fuerza de las armas, y ya sin esperanzas de socorro, solicitaron
               la capitulación.
                     La plaza fue evacuada el 3 de mayo.
                     “El Zagal” se retiró a Almería, donde aún gobernaba Yaya al Nagar. Derrotado, según
               él, por un traidor, se refugió junto a un dechado de traidores. Su destino no fue indulgente
               con semejante yerro.
                     Tras la rendición de Vélez, se entregaron sus alquerías y las poblaciones al Oriente de
               Málaga, incluso la fortaleza de Comares.
                     De este modo, con mi tío como instrumento, vengaron los cristianos su desastre de la
               Ajarquía, donde precisamente él recibió el  apodo del “Valiente”; y ahí fue donde mi
               aprehensor en  Lucena, el alcaide  de los  Donceles,  si es que fue él, ganó su título de
               Marqués de Comares. La Historia, como suele, cubre o descubre a su antojo los naipes de
               su baraja.



                     Yo, en Granada, tomé tres decisiones. La primera, llevarme a la Alhambra de nuevo a
               mi familia; mi madre, que no cabía en sí de gozo, se aposentó en los palacios de mi padre.
               Nasim se encargó de que, desde la Ajarquía, me trajeran a “Hernán”. Lo vi llegar atado una
               mañana. Debió de haber soñado muchas veces que me reencontraba, y despertado en vano
               muchas veces; porque me miró con tristeza, incrédulo e inmóvil.
                     Sólo cuando escuchó mi voz que decía su nombre rompió la cuerda y saltó sobre mí.
               El criado que lo llevaba, creyendo que iba a atacarme, le asestó un golpe con un palo; yo
               interpuse mi brazo, y me hirió en él. Más tarde descubrí que “Hernán” se había orinado de
               dicha sobre mis vestidos.
                     La segunda decisión fue la de firmar nuevas capitulaciones con  Fernando, por ver
               cómo evolucionaban sus pretensiones ahora, y en qué habían mudado.  Para ello volví a
               enviar a Alcaudete al mudéjar Bobadilla, con el fin de que, garantizada como estaba la paz
               interior de la ciudad (aunque sólo relativamente, como se vio en seguida), trajera consigo a
               Hernando de  Baeza, hombre de poca guerra, como yo.  En las nuevas capitulaciones se
               estipuló que yo entregaría Granada cuando se diesen ‘las circunstancias propicias’ —que yo
               no estaba  dispuesto a admitir nunca—, y en compensación recibiría un principado
               constituido  por las ciudades ya indicadas en  Loja, más todo el  Cenete, el  Valle del
               Almanzora y la parte oriental de la Alpujarra. La adhesión de mi nuevo visir El Maleh, con el
               que trataba en vano de sustituir al sinuoso Aben Comisa, se gratificaba con el distrito de
               Andarax,  y  a otros nobles se atribuían otros bienes.  A los albayzineros se les permitía
               habitar en el área de Granada con toda libertad, y una exención de impuestos por diez años.
               En contraprestación, nosotros nos obligábamos a combatir al “Zagal” junto a los cristianos.
                     La tercera decisión que tomé, contradictoria en principio de la segunda, fue despachar
               un embajador al sultán mameluco  Qait  Bey de  Egipto, implorándole socorro contra los
               adversarios de nuestra religión. El sultán escribió al clero de la iglesia de la Resurrección en
               Jerusalén, bajo su dominio; le instaba a escribir al rey de Nápoles para que a su vez éste
               escribiera al de Castilla con la petición de que no se mezclase en los asuntos andaluces y

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