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Literatura 3° Secundaria
Fedor Dostoievski (Moscú, 1821 – Moscú, 1881)
Máximo representante del realismo psicológico.
Tuvo una niñez desagradable a causa de un padre incomprensivo y
violento.
Llegó a ser ingeniero militar, pero abandonó su profesión por la
literatura.
Fue condenado a muerte en 1844, pero fue indultado y se le
conmutó la pena capital por cuatro años de trabajos forzados en
Siberia.
Vivió aquejado por la miseria y el mal de la epilepsia.
Características de sus obras
Sus novelas están estrechamente relacionadas con lo que le
tocó vivir.
Representó a personajes de todas las clases sociales
atormentados y sometidos a graves y complicados problemas.
Principales obras
Los hermanos Karamázov
El jugador
El idiota
Crimen y Castigo: Es la novela más leída de Dostoievski. Su protagonista; Raskolnikov, es un personaje
típico de sus novelas, que tiene sentimientos encontrados como el amor y el odio, la generosidad y el
egoísmo, el orgullo y la humildad. Raskolnikov es un hombre generoso que es capaz de entregar sus
últimas monedas ante la necesidad de un desconocido.
Leemos y analizamos
Madame Bovary
En ese momento se le volvió a representar su situación, como un abismo ante ella.
Respiraba fatigosamente. Luego, en un transporte de heroísmo que casi la llenó de júbilo, descendió
corriendo por la cuesta, atravesó la pasarela, el sendero, la avenida, el mercado y se detuvo ante la puerta
de la botica.
No había nadie en ella. Se disponía a entrar; pero cómo podía acudir alguien al rumor de la campanilla,
deslizándose conteniendo la respiración, palpando las paredes, avanzó hasta el umbral de la cocina, en la que
ardía sobre el fogón una vela, y vio salir a Justin, en mangas de camisa, con una fuente.
—Están comiendo. Aguardaremos.
Regresó Justin, y Emma golpeó en los cristales, acudiendo el muchacho.
—¡Dame la llave!... La de arriba... ¿Dónde están los...?
—¿Qué dice usted?
Emma, en voz baja, con cariñoso e insinuante
acento, prosiguió:
—¡La quiero, dámela!
Le puso el pretexto de que las ratas no la
dejaban dormir y tenía que matarlas.
—Será necesario que se lo diga al señor.
—No, quédate aquí.
Y añadió con aire indiferente:
—¡Bah!, no vale la pena; se lo diré luego.
Vamos, alúmbrame.
—Subamos.
Justin la siguió.
Giró la llave en la cerradura, y Emma se fue derecho al anaquel tercero —tan a maravilla la guiaba su
memoria—, cogió el tarro azul, lo destapó, y hundiendo en él la mano, la sacó llena de un polvo blanquecino y
empezó a comérselo.
—¡Deténgase! —exclamó el mozalbete arrojándose sobre ella.
Justin se desesperaba y quería llamar.
—¡No digas una palabra de esto! ¡La culpa recaería sobre tu amo!
Luego, súbitamente tranquilizada y casi con la serenidad del deber cumplido, se marchó.
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