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Persona Familia y Relaciones Humanas                                                 1° Secundaria

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               SEMANA


            Perdón  es  la  acción  y  el  resultado  de  perdonar.  Se  puede  perdonar,  entre  otras  cosas,  una  ofensa  (por
            ejemplo, un insulto), una pena (cadena perpetua, arresto domiciliario...), una deuda (por ejemplo, económica).
            También es la indulgencia o la remisión de los pecados.
            Si enseñamos a pedir perdón, también enseñemos a perdonar.
            El perdón nace de la bondad natural de la persona o del amor natural que se tiene al que cometió la culpa.
            Los padres perdonan con mucha facilidad las faltas de los hijos porque los quieren.
            Cuando se perdona una gran culpa, entonces se habla de que el que perdona tiene magnanimidad. Si además
            se perdona el castigo merecido por la culpa, entonces es clemente.

            Perdón y clemencia
            El perdón es no tomar en cuenta la culpa.
            Clemencia  es  perdonar  también  la  pena,  y  todo  esto  por  benevolencia,  es  decir,  por  el  amor  de  aquel  que
            perdona.
            Cuando alguien me ofende tiene culpa y merece una pena. Si la culpa es grave, la pena la aplica la autoridad
            designada para ejercer justicia. Si la culpa es leve, la pena suele ser que yo ya no le hable a esa persona, que
            la borre de la lista de mis amigos y que jamás vuelva a beneficiarla. Pero si procedo a hacerle el mal, entonces
            hablamos de venganza que suele ser más injusta que la ofensa original.
            Lo contrario al amor es el odio y es este sentimiento el que nos lleva a guardar rencores interminables y a
            planear venganzas que nos hacen más indignos que el que nos ofendió. El odio nace de un exagerado amor a
            nosotros mismos, es decir, de nuestro egoísmo. Se dice que sufre más el que odia que el odiado y es muy
            cierto.

            Perdón y castigo
            Si enseñamos a los hijos a pedir perdón, también enseñémosles a perdonar.
            El perdón está muy relacionado con la justicia. El hijo flojo puede pedir perdón por no haber aprovechado la
            escuela. Los papás ciertamente lo perdonan, pero,  en justicia, deben corregir al hijo e incluso aplicarle un
            castigo correctivo que lo enseñe a ser responsable de sus obligaciones. Se perdona la culpa, pero se le pide
            al hijo que no salga de la casa, que no vaya con los amigos, que no vea televisión, para que recupere el tiempo
            perdido  en  sus  estudios.  No  es  una  venganza,  es  un  castigo  justo  que  el  hijo  deberá  cumplir  incluso  con
            alegría porque sus padres lo perdonaron. ¡Cuidado! Si el castigo denigra, es venganza.

            Te perdono, pero ni creas que se me olvida
            Cuando  el  que  nos  ofende  es  un  ser  muy  querido,  causa  en  nosotros  un  gran  dolor  unido  a  la  desilusión
            natural por la pérdida de la confianza en el ser amado. Se puede perdonar, incluso se desea perdonar, pero
            ¿cómo restaurar la confianza? Se ha perdido la ilusión y va a ser muy difícil que renazca.
            El que ofende y pide perdón debe  comprender  que pasará mucho tiempo para que se vuelva a la  confianza
            original y que a él le toca hacer méritos para que “se le olvide” la ofensa al ser amado.
            El hecho es que el daño existe, la ofensa ocurrió. Alguien nos traicionó o rompió nuestro corazón en pedazos.
            Alguien nos hizo daño, hay algo roto. El perdón tiene un precio alto, porque alguien tiene que asumir dicho
            daño. O es la persona que cometió la ofensa, o es la persona que recibió la ofensa. Nuestra razón nos dice
            que es quien cometió la ofensa quien debe reparar el daño. Pero en la doctrina cristiana ¡es el ofendido el que
            asume el daño, el dolor, y perdona! Ahí reside el valor del perdón.
            Jesús fue sacrificado (torturado hasta la muerte) por los errores de otros, ¡Él no cometió ninguna falta! Pero
            Él asumió nuestras transgresiones y pagó el precio. Se puso en medio de Dios y nosotros e intercedió para
            que Dios nos perdonara “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”. Jesús no sólo nos perdonó, sino
            que le rogó al Padre que quitara de nosotros el castigo, asumió el castigo en sí mismo para que pudiéramos
            ser absueltos.
            Jesús fue siempre libre porque no condenó a nadie.
            Al  condenar  a  otros  en  nuestro  corazón,  nos  volvemos  presos  de  ellos.  Las  ataduras  se  refuerzan  con  el
            resentimiento y perdemos nuestra intimidad con Dios.
            Si quieres que te perdonen, aprende a perdonar.

            Si no se perdona, entonces no se ama, porque el que es incapaz de PERDONAR es incapaz de AMAR.


               El perdón cae como lluvia suave desde el cielo a la tierra. Es dos veces bendito; bendice al que lo da y al que lo recibe.
                                                     William Shakespeare






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