Page 149 - Aldous Huxley
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CAPITULO XVII
-Arte, ciencia... Creo que han pagado ustedes un precio muy elevado por su felicidad -
dijo el Salvaje, cuando quedaron a solas-. ¿Algo más, acaso?
-Pues... la religión, desde luego -contestó el Interventor-. Antes de la Guerra de los
Nueve Años había una cosa llamada... Dios. Perdón, se me olvidaba: usted está
perfectamente informado acerca de Dios, supongo.
-Bueno...
El Salvaje vaciló. Le hubiese gustado decir algo de la soledad, de la noche, de la
altiplanicie extendiéndose, pálida, bajo la luna, del precipicio, de la zambullida en la
oscuridad, de la muerte. Le hubiese gustado hablar de todo ello; pero no existían
palabras adecuadas. Ni siquiera en Shakespeare.
El Interventor, entretanto, hablase dirigido al otro extremo de la estancia, y abría una
enorme caja de caudales empotrada en la pared, entre los estantes de libros. La pesada
puerta se abrió. Buscando en la penumbra de su interior, el Interventor dijo:
-Es un tema que siempre me ha interesado mucho. -Sacó de la caja un grueso volumen
negro-. Supongo que usted no ha leído esto, por ejemplo.
El Salvaje cogió el libro.
-La Sagrada Biblia, con el Antiguo y el Nuevo Testamento -leyó en voz alta.
-Ni esto.
Era un libro pequeño, sin tapas.
-La Imitación de Cristo.
-Ni esto.
Y le ofreció otro volumen.
-Las Variedades de la experiencia Religiosa, de William James.
-Y aún tengo muchos más -prosiguió Mustafá Mond, volviendo a sentarse-. Toda una
colección de antiguos libros pornográficos. Dios en el arca y Ford en los estantes.
Y señaló, riendo, su biblioteca oficial, los estantes llenos de libros, las hileras de
carretes y rollos de cintas sonoras.