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En la orilla del océano había un muro muy alto que impedía
               a la gente alcanzar el agua. Un hombre estaba de pie sobre este
               muro y, como todos los demás,  no podía alcanzar el agua a causa
               de su gran altura. De hecho, en su miseria se parecía a un pez
               fuera del agua que lucha por volver a casa.
                   De repente el hombre lanzó un ladrillo al agua del océano.
               Cuando el ladrillo cayó al agua, el ruido del golpe acarició sus
               oídos como un elixir puro y balsámico. Su entusiasmo aumentaba
               con el armonioso movimiento del agua. Finalmente, estimulado
               por el sonido que tanto le gustaba, empezó a lanzar los ladrillos
               uno tras otro. El agua le preguntó: ¡Oh derviche! ¿Por qué me
               lanzas tantos ladrillos?

                   El sediento derviche contestó: ¡Oh agua! Percibo dos tipos
               de beneficio cuando los lanzo.

                   El primero: El ruido del agua es música para los oídos del
               sediento.
                   Es como el sonido de la trompeta de Israfil que llama a los
               muertos a la vida.
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